Michel Husson (VIENTO SUR)
No hay mejor manera de rendir homenaje a Ernest Mandel que aplicar su
método: el de un marxismo vivo, no dogmático. Y la profundidad de la crisis
actual hace tanto más necesaria una reevaluación crítica de las herramientas de
análisis que nos legó. Esta contribución intentará responder a esta cuestión:
¿la teoría de las ondas largas es un marco adecuado para el análisis de la
crisis actual, de su génesis, y del nuevo período que abre?.
Ernest Mandel |
Después de haber recordado las grandes líneas de
esta teoría, intentaremos aplicarla al conjunto de la fase neoliberal del
capitalismo, alternando las consideraciones teóricas y las observaciones
empíricas. Llevaremos a cabo este examen siguiendo dos hilos conductores. El
primero, que el capitalismo neoliberal corresponde a una fase recesiva cuyo
rasgo esencial es la capacidad del capitalismo para restablecer la tasa de
beneficio a pesar de una tasa de acumulación estancada y de mediocres aumentos
de productividad. El segundo, que no están reunidas las condiciones para el
paso a una nueva onda expansiva y que se abre un período de "regulación
caótica".
Ondas largas
La teoría de las ondas largas fue el objeto del capítulo 4 de El
capitalismo tardío (Mandel, 1972), desarrollado después en una serie de
trabajos, sobre todo en el libro Las ondas largas del desarrollo capitalista
(Mandel, 1986). Una de las proposiciones fundamentales de esta teoría es que el
capitalismo tiene una historia, y que ésta no obedece a un funcionamiento
cíclico. Hay una sucesión de períodos históricos, marcados por características
específicas, alternando fases expansivas y fases recesivas. Esta alternancia no
es mecánica: no basta con esperar 25 o 30 años. Mandel habla de onda en lugar
de ciclo, porque su enfoque no se sitúa en el esquema atribuido - probablemente
de forma equivocada- a Kondratieff, de movimientos regulares y alternos de los
precios y de la producción.
Uno de los puntos importantes de la teoría de las
ondas largas es romper la simetría de las inflexiones: el paso de la fase
expansiva a la fase depresiva es "endógeno", en el sentido de que es
el resultado de los mecanismos internos del sistema. El paso de la fase
depresiva a la fase expansiva es, por el contrario, exógeno, no automático, y
supone una reconfiguración del entorno social e institucional. La idea clave es
que el paso a la fase expansiva no está dado de antemano y que requiere
reconstituir un nuevo "orden productivo" (Dockès, Rosier, 1983). Esto
lleva su tiempo, y no se trata por tanto de un ciclo parecido al ciclo
coyuntural cuya duración puede asociarse al tiempo de vida del capital fijo.
Por ello, este enfoque no confiere ninguna primacía a las innovaciones
tecnológicas en la definición del nuevo orden productivo, sino que el papel
esencial lo juegan las transformaciones sociales (relación de fuerzas
capital-trabajo, grado de socialización, condiciones de trabajo, etc.).
Beneficio, acumulación, productividad
Nuestro punto de partida será esta proposición de Mandel: "me
mantengo fiel a la definición que presenté a principios de los sesenta: ondas
largas del desarrollo capitalista, que implican ondas largas de producción,
empleo, ingresos, inversión, acumulación capitalista y de la tasa de
beneficio" (Mandel 2008, 6). Pero una de las principales características
de la fase neoliberal es precisamente una desconexión entre estas diferentes
variables. Se trata de una configuración inédita, que analizaremos a partir de
las evoluciones comparadas de la tasa de beneficio, la tasa de acumulación y el
crecimiento de la productividad.
La primera constatación es que el restablecimiento
de la tasa de beneficio que tuvo lugar después del giro neoliberal de comienzos
de los años 1980 (1) no ha conducido a un aumento duradero y generalizado de la
acumulación (gráfico 1). La comparación entre beneficio y acumulación permite
distinguir dos fases muy diferenciadas. Hasta comienzos de los años 1980, estas
dos magnitudes varían de forma concertada: fluctúan a niveles elevados durante
los años 1960 y después bajan en dos tiempos; primero en los Estados Unidos y
después en Japón y en Europa. Al mismo tiempo, el crecimiento y la
productividad evolucionan en paralelo a la tasa de beneficio. Por tanto, el
conjunto del círculo virtuoso de los años "fordistas" se desajustó a
mediados de los años 1970.
La recuperación localizada entre los dos choques
petroleros frenó la caída de la tasa de acumulación sólo de manera transitoria.
La historia de las siguientes décadas, correspondientes a la fase neoliberal,
sigue una lógica diferente, marcada por la desconexión entre la tasa de
beneficio que tiende a restablecerse y la tasa de acumulación que se estanca o
desciende. Ciertamente, a final de los años 1980, la economía mundial está
paradójicamente excitada por el crash de 1987 y, contra toda previsión, parece
despegar cada vez más: se reanuda el crecimiento, así como la acumulación de
capital. Sorprende recordar que este período se haya caracterizado por un
renovado interés por los ciclos largos. Múltiples artículos de prensa y
declaraciones optimistas anuncian veinte nuevos años de crecimiento, o dicho de
otra manera la vuelta a un ciclo Kondratyeff ascendente.
El alivio por haber evitado una crisis profunda que
amenazaba después del giro hacia la economía de la oferta condujo a una forma
de euforia que volveremos a encontrar una decena de años más tarde, con el boom
de la "nueva economía". Incluso los más escépticos se preparan, en su
fuero interno, para admitir la entrada en una nueva fase de expansión. Más que
la fe en las tecnologías, son las referencias a las nuevas formas de
organización del trabajo (el "toyotismo") las que juegan el principal
papel ideológico. El "nuevo modelo de trabajo" parece ser la fuente
de nuevos aumentos de productividad, y se contempla su generalización como el
vector de un nuevo modo de regulación.
El desencanto vino bastante pronto. El cambio se
efectuó a comienzo de los años 1990 (poco antes de la guerra del Golfo), y
condujo a una recesión particularmente severa en Europa. A partir de ese
momento, aunque no se tendrá conciencia de ello hasta más tarde, Japón también
se desliza en un crecimiento casi nulo.
En el mismo gráfico 1, se puede distinguir la
esperanza que suscitó la "nueva economía". El período 1996-2000
estuvo marcado por una recuperación de la acumulación. Pero tampoco en esta
ocasión el movimiento dura, y por razones muy clásicas vuelve atrás. En todo
caso no se extiende al resto del mundo: la recuperación en Europa de final de
los años 1990 tiene otros resortes que las nuevas tecnologías y queda como un
episodio coyuntural.
La segunda constatación tiene que ver con la
distancia entre la tasa de beneficio y la productividad del trabajo (gráfico
2). También aquí se puede observar el paralelismo entre las dos curvas hasta
mediados de pesar de unos aumentos de productividad muy inferiores a los de la
fase precedente. No hacen sino volver a su nivel secular: lo que se ha llamado
la "Edad de oro" del capitalismo aparece como un paréntesis
histórico.
Desde el punto de vista de la teoría de las ondas
largas, estamos por tanto ante una configuración inédita para el conjunto del
período que va desde el giro neoliberal de mediados de los años 1980 al
estallido de la crisis en 2008. Durante este cuarto de siglo, la tasa de
beneficio está al alza: podría concluirse por tanto que el capitalismo ha
reconstituido su dinamismo y que ha entrado de nuevo en una fase expansiva.
Pero por otra parte, es un capitalismo que acumula poco, e incluso cada vez
menos, y que se muestra incapaz de lograr importantes aumentos de
productividad. Esta desconexión es aparentemente contradictoria y no se puede
comprender el funcionamiento del capitalismo en su fase neoliberal, ni su
posterior entrada en crisis, sin abordar esta contradicción. ¿Cómo ha podido
restablecer el capitalismo la tasa de beneficio sobre una base material tan
desfalleciente? ¿Puede hablarse en estas condiciones de onda larga expansiva?
Estas dos cuestiones constituyen retos tanto teóricos como empírico-políticos,
que afectan tanto a la teoría de la tasa de beneficio como al marco mismo de la
teoría de las ondas largas. Hay que comenzar por tanto por volver a la dinámica
de la tasa de beneficio.
Dinámica de la tasa de beneficio
En el análisis de Mandel hay un hilo conductor que ocupa un lugar
importante. Es la idea de que la revolución tecnológica permanente suscitada
por la concurrencia entre capitales conduce forzosamente a un crecimiento de la
composición orgánica del capital. Este enfoque se inscribe en una lectura
bastante ortodoxa del descenso tendencial de la tasa de beneficio. En un muy
interesante texto adjunto (Mandel, 1985), Mandel sintetiza sus principales
tesis y propone el siguiente resumen: "El ascenso de la composición
orgánica del capital conduce a una caída tendencial de la tasa media de
beneficio. Esta caída puede ser parcialmente compensada por diversas
contra-tendencias, la más importante de las cuales es la tendencia al
crecimiento de la tasa de plusvalía (...) No obstante, a largo plazo, la tasa
de plusvalía no puede aumentar de forma proporcional a la tasa de crecimiento
de la composición orgánica del capital, y la mayor parte de las
contra-tendencias tienden, al menos periódicamente (y también a muy largo
plazo), a ser suplantadas a su vez".
Esta formulación clásica merece ser discutida. La
composición orgánica del capital, o dicho de otra manera la relación en valor
entre el capital constante y el capital variable, no obedece a una ley general
de aumento que se derivaría de la acumulación del capital muerto en relación al
capital vivo, aunque este resultado choca con la intuición de que la
acumulación aumenta el peso del capital en relación al trabajo. Esta
densificación de las combinaciones productivas es un hecho comprobado, pero
afecta a la composición técnica, cuyo crecimiento no supone forzosamente el de
la composición en términos de valor. El indicador más sencillo es el capital
por cabeza, que relaciona el stock de capital -o si se quiere, el número de
máquinas- con los efectivos empleados o con el número total de horas de
trabajo. Aunque haya que remarcar que ese concepto de "capital",
definido como un stock de medios de producción, es extraño a la teoría marxista
y sólo tiene sentido en la teoría neoclásica. Pero la objeción no es legítima,
porque confunde problemas de medida con la crítica de un concepto. El concepto
de capital de la teoría marginalista es desde luego contestable, porque se
supone preexistente a los precios relativos. Dicho de otra forma, debería ser
teóricamente posible determinar la cantidad de esta sustancia particular, de
este "factor de producción", que sería el capital en general,
independientemente de los precios y por tanto de la distribución. Esta
exigencia resulta lógicamente del hecho de que después se va a construir una
teoría de la distribución que establece que el beneficio está determinado por
la productividad marginal del capital, y que el salario refleja de manera
simétrica la productividad marginal del trabajo. Se conoce la llamada crítica
"cambridgeana" de la teoría del capital, que dice que esta teoría es
circular y que la medida del capital físico no puede preexistir al sistema de
precios.
Todo esto es muy justo, pero no tiene nada que ver
con la posibilidad de construir un agregado bautizado como capital fijo. La
misma noción de productividad del trabajo supone la medida de un producto
"físico" en tanto que agregado, como "cesta" de valores de
uso que sólo se puede combinar con la ayuda de un sistema de precios. El stock
de capital adiciona por su parte generaciones de inversión y se basa en
convenciones parecidas, a lo que añadir una ley razonable de amortización.
Por tanto, el capital por cabeza aumenta, y éste es
un hecho empírico sobre el que no hay discusión alguna. ¿Por qué no se puede
deducir de ello una tendencia al alza de la composición orgánica? Esta
imposibilidad se deriva en lo esencial de la acción de la productividad del
trabajo, lo que se puede comprobar con un mínimo formulado (recuadro) (2). El
paso de la composición técnica a la composición orgánica depende de la
evolución de la productividad y del salario real. Con una tasa de plusvalía
constante, la composición orgánica sólo se eleva si la composición técnica del
capital crece más rápido que la productividad del trabajo. En otras palabras,
no se puede establecer con carácter global la identidad entre las evoluciones
de la composición técnica y de la composición valor. No se puede por tanto
invocar un descenso tendencial de la tasa de beneficio que sería el reflejo
casi automático de una elevación continua de la composición orgánica del
capital.
Composición orgánica y composición técnica
Para evaluar el número de horas de trabajo cristalizadas en el capital
fijo comprometido, hay que dividir el volumen de capital K por la productividad
media del trabajo en la producción de los bienes de capital. Como se trata de
un conjunto de bienes producidos en épocas diferentes, hay que aplicar por
tanto no la productividad corriente, sino la productividad media de estas
diferentes generaciones. Si la edad media del capital es θ, hay que aplicarle
en primera aproximación una productividad desfasada de θ años. El valor del
capital constante es entonces K/prodt-θ. El valor del capital variable es igual
a wN/prodt, donde w es el salario real, N los efectivos y prodt la productividad
corriente. La composición orgánica (CO) se calcula finalmente con la fórmula
CO=[(K/N)/prodt-θ]/[w/prodt]. Si la tasa de plusvalía (w/prodt) es constante,
la composición orgánica (CO) sólo aumenta si la composición técnica (K/N) crece
más rápido que la productividad media del trabajo en el período.
Pero no deja de ser cierto que el desarrollo de las
ondas largas tiene que ver con la tasa de beneficio. Eso no quiere decir que la
fase expansiva de desencadene automáticamente en cuanto la tasa de beneficio alcance
un determinado umbral. Esta es una condición necesaria pero no suficiente. Es
preciso que la manera como se restablece la tasa de beneficio aporte al mismo
tiempo una respuesta adecuada a otras cuestiones, sobre todo de la realización.
Por esta razón, la sucesión de las fases no está en absoluto dada de antemano.
Periódicamente, el capitalismo debe redefinir las modalidades de su
funcionamiento y poner en marcha un "orden productivo", que responda
de manera coherente a cierto número de cuestiones sobre la acumulación y la
reproducción. En particular, tiene que combinar cuatro elementos (3):
- un modo de acumulación de capital que regule las
modalidades de concurrencia entre capitales y de la relación capital-trabajo;
- un tipo de fuerzas productivas materiales;
- un modo de regulación social: derecho laboral,
protección social, etc.;
- el tipo de división internacional del trabajo.
La tasa de beneficio es sin embargo un buen
indicador sintético de la doble temporalidad del capitalismo, como insistía
Mandel. A corto plazo, fluctúa con el ciclo coyuntural, mientras que sus
movimientos a largo plazo resumen las grandes fases del capitalismo. La puesta
en pie de un orden productivo coherente se traduce en su mantenimiento a un
nivel elevado y poco menos que "garantizado". Al cabo de cierto
tiempo, el juego de las contradicciones fundamentales del sistema degrada esta
situación y la crisis, siempre y en todas partes, viene caracterizada por un
descenso significativo de la tasa de beneficio. Esto refleja una doble
incapacidad del capitalismo para reproducir el grado de explotación de los
trabajadores y para asegurar la realización de las mercancías, más que una
tendencia al alza de la composición orgánica del capital. La implantación
progresiva de un nuevo orden productivo se traduce en un restablecimiento más o
menos rápido de la tasa de beneficio. De esta manera nos parece útil reformular
la ley del descenso tendencial de la tasa de beneficio: ésta no desciende de
manera continua pero los mecanismos que lo empujan a la baja acaban siempre por
triunfar sobre lo que Marx denominaba las contra-tendencias. El giro es
endógeno, y periódicamente reaparece la exigencia de una refundación del orden
productivo.
Es justamente una de las "causas que
contrarrestan la ley" (del descenso tendencial de la tasa de beneficio)
enunciadas por Marx: "En una palabra, el mismo proceso que hace que la
masa del capital constante aumente en proporción al capital variable, eleva, a
consecuencia de la mayor fuerza productiva del trabajo, el valor de sus
elementos e impide, por tanto, que el valor del capital constante, aun cuando
aumente continuamente, aumente en la misma proporción que su volumen material,
es decir, que el volumen material de los medios de producción puestos en movimiento
por la misma masa de fuerza de trabajo. Y puede incluso ocurrir que, en algunos
casos concretos, la masa de los elementos del capital constante aumenten,
mientras su valor permanece invariable o hasta disminuye (...) Volvemos a
encontrar aquí que las mismas causas que producen la tendencia a la baja de la
tasa de beneficio amortiguan también la realización de esta tendencia"
(Karl Marx, 1894: 235-236).
Estos rodeos teóricos permiten subrayar la cuestión
clave para comprender la fase neoliberal del capitalismo: ¿cómo ha podido
restablecer la tasa de beneficio basándose en mediocres aumentos de
productividad? Hay que acudir en primer lugar a las relaciones entre mutaciones
técnicas y productividad.
Progreso técnico
La productividad del trabajo mide el volumen de bienes y servicios
producidos por hora de trabajo y constituye por tanto una buena aproximación al
grado de desarrollo de las fuerzas productivas: juega por tanto un papel
decisivo en la dinámica del capitalismo. El análisis marxista clásico
descompone la tasa de beneficio en dos elementos: la tasa de explotación y la
composición orgánica del capital; pero ya se ha visto que estas dos magnitudes
dependen a su vez de la productividad del trabajo. La tasa de explotación
depende de la evolución del salario, y la eficacia del capital de la evolución
del capital por cabeza, relacionadas en uno y otro caso con la productividad
del trabajo. De manera sintética, se puede decir que la tasa de beneficio
subirá o bajará según que el aumento del salario real sea o no compensado por
la mejora de la "productividad total de los factores", definida como
una media ponderada de la productividad del trabajo y de la productividad del
capital (Husson, 1996).
Paradójicamente, entre los partidarios de la
"nueva economía" se asiste a un resurgimiento del marxismo vulgar,
según el cual la técnica decide sobre todo. Puesto que hay nuevas tecnologías,
debe haber también más productividad, más crecimiento y más empleos. Con este
razonamiento simplista se ha construido, por ejemplo, la teoría del
"capitalismo patrimonial" avanzada por Michel Aglietta (1998). Su
hipótesis fundamental era que la "net economie" iba a procurar al
capitalismo una fuente renovada de productividad que permitiría estabilizar la
tasa de beneficio a un nivel elevado redistribuyendo al mismo tiempo una parte
del producto, ya no en forma de salario sino de remuneraciones financieras. En
la más hermosa tradición del marxismo del Komintern las nuevas tecnologías
fueron aclamada como la fuente automática de nuevos beneficios y hasta de un
nuevo modelo social.
Nadie evidentemente puede negar la amplitud
intrínseca de las innovaciones en el ámbito de la información y de la
comunicación, pero el problema está en los otros eslabones del razonamiento.
Robert Solow ha dado su nombre a una paradoja que consiste justamente en
señalar que la información no daba lugar a las esperados aumentos de
productividad: "Se puede ver la era de las computadoras en todas partes
menos en las estadísticas de productividad" (Solow, 1987).
Aparentemente, el ciclo de crecimiento
correspondiente a la "nueva economía" había acabado con esta
paradoja, ya que registró un salto adelante de los aumentos de productividad en
los Estados Unidos. Algunos concluyeron con el anuncio de una nueva fase larga
de crecimiento. Pero este pronóstico topaba de lleno con varias incertidumbres.
Podía preguntarse si se trataba de un ciclo high
tech, limitado en el tiempo, y si los aumentos de productividad registradas en
los sectores de alta tecnología podían difundirse al conjunto de la economía.
Podía también discutirse la extensión de este modelo al resto del mundo, en la
medida en que se basaba en la capacidad particular de los Estados Unidos para drenar
capitales procedentes del mundo, como contrapartida a un déficit comercial que
se profundiza cada año. En fin, y sobre todo, podía interrogarse sobre la
legitimidad del modelo social, desigual y regresivo, asociado a estas
transformaciones del capitalismo.
Estos interrogantes han tenido su respuesta y es
interesante subrayar que el estallido de la "nueva economía" y de las
esperanzas que había podido suscitar ha tomado la muy clásica forma de una
caída de la tasa de beneficio. Por ello, un economista que tiene poco que ver
con el marxismo ha podido afirmar: Marx is back (Artus, 2002). El aumento de
productividad ha sido pagado con una sobreinversión costosa, que ha conducido a
un aumento de la composición orgánica del capital, mientras la tasa de explotación
acababa por bajar.
Es otra manera de cuestionar el vínculo entre
innovación tecnológica y aumentos de productividad, mostrando que estas últimas
resultan de muy clásicos métodos de intensificación del trabajo. Las
transformaciones inducidas por Internet, por tomar este ejemplo, sólo tienen un
papel accesorio en la génesis de los aumentos de productividad. Una vez pasado
el encargo en línea, lo que viene después depende esencialmente de la cadena de
montaje y de la capacidad para poner en marcha una fabricación modular; y la
viabilidad del conjunto se basa a fin de cuentas en la calidad de los circuitos
de aprovisionamiento físicos. En la medida en que éstos no son por sí mismos
transmisibles por Internet, las mercancías encargadas deben circular en sentido
inverso. Lo esencial de los aumentos de productividad no se deriva por tanto
del recurso a Internet como tal, sino de la capacidad de hacer trabajar a los
asalariados con horarios ultraflexibles (de jornada, semana o anual, en función
del tipo de producto) y para intensificar y dar fluidez a las redes de
aprovisionamiento, con una prima para las entregas individuales y el transporte
por carretera.
Muchos análisis del capitalismo contemporáneo
adoptan así una representación ideológica de la técnica, que viene a
obstaculizar el estudio razonado de lo que es verdaderamente nuevo. Esta
ideología es tanto más poderosa por apoyarse en la fascinación ejercida por
tecnologías en verdad prodigiosas. Pero, a la vez, tergiversa todas las
interpretaciones, con una subestimación sistemática del papel de los procesos
de trabajo. Deliberado o no, se alcanza el resultado cuando se dejan de lado
las implicaciones sociales de las nuevas tecnologías, reducidas a la categoría
de viejas cuestiones sin interés. Se fabrica así una representación del mundo,
donde el trabajador "cognitivo" se convierte en el arquetipo del
asalariado del siglo XXI, cuando la puesta en marcha por el capital de estas
nuevas tecnologías fabrica al menos tantos empleos poco cualificados como
puestos de informáticos. Pese a todos los discursos grandilocuentes sobre las
stock options y la asociación de estos nuevos héroes del trabajo a la propiedad
del capital, las relaciones de clase fundamentales siguen siendo relaciones de
dominación. La desvalorización permanente del status de las profesiones
intelectuales, la descalificación ininterrumpida de los oficios del
conocimiento, tienden a reproducir el status de proletario, y se oponen
totalmente a los ingenuos esquemas de ascenso universal de las cualificaciones
y de emergencia de una nueva fase del capitalismo (Husson, 2003).
Desde luego, podemos estar seguros de que los nuevos
empresarios reducirán al mínimo sus gastos y tratarán de imponer sus
extravagantes reivindicaciones en materia de organización del trabajo. Sin
embargo, habría debido parecer evidente que muchos de los proyectos no podían
lograr una rentabilidad duradera, como lo han demostrado las múltiples quiebras
de prometedoras start-ups en el cambio de siglo. Muy clásicos argumentos de
rentabilidad han atrapado a la "nueva economía" y decidido sobre la
viabilidad de estas empresas. El recurso a las nuevas tecnologías no era en sí
una garantía, ni un medio mágico de escapar a las imposiciones de la ley del
valor.
Más allá de las fluctuaciones, la fase neoliberal
del capitalismo se traduce en un agotamiento de los aumentos de productividad,
aunque el perfil no es el mismo en los Estados Unidos y en Europa. Por su papel
en la dinámica de la tasa de beneficio, es interesante observar las tendencias
de la productividad total de los factores a nivel mundial (Gráfico 3). En los
países más avanzados, se ralentiza de forma regular. En el resto del mundo, su
ritmo de progresión se vuelve positivo a comienzo de los años 1990 y después se
acelera de manera espectacular. Pero la tendencia cambia algunos años antes de
la crisis y la Conference Board que estableció estas estadísticas señaló que
"el crecimiento de la productividad total de los factores en las economías
emergentes declina rápidamente a medida que se difuminan los efectos
transitorios".
El dinamismo del capitalismo, y por tanto su futuro,
dependen en gran parte de su capacidad para lograr aumentos de productividad.
El debate está doblemente abierto: por una parte, sobre un posible agotamiento
del dinamismo de los países emergentes; por otra, sobre un relanzamiento en los
"viejos" países capitalistas. Robert Gordon, un gran especialista en
estas cuestiones, ha ofrecido recientemente un pronóstico muy pesimista sobre
los Estados Unidos: "El crecimiento del PIB real por habitante será más
lento que en cualquier otro período comparable desde el final del siglo XIX, y
el crecimiento del consumo real por habitante será más lento aún para los 99%
de más abajo en el reparto de las rentas" (Gordon, 2012: 2).
Esta tendencia a la desaceleración de la
productividad total de los factores permite comprender uno de los rasgos
fundamentales de la fase neoliberal: la diferencia entre la tasa de beneficio
que se restablece y la tasa de acumulación que permanece casi estancada. La
pérdida de eficacia del capital reduce las ocasiones de inversión rentable,
aquellas que permitirían lograr aumentos de productividad. En cierta manera
puede decirse que los capitalistas anticipan el efecto que una acumulación
demasiado fuerte del capital tendría sobre la composición orgánica. El
restablecimiento de la tasa de beneficio no se ha basado por tanto en renovados
aumentos de productividad, sino en un aumento constante de la tasa de
explotación.
La difícil reproducción
Desde el comienzo de los años 1980, la tendencia dominante ha sido la
progresión de la tasa de explotación, que se puede medir por la parte de los
salarios en la renta mundial (Gráfico 4). Para funcionar de manera
relativamente armoniosa, el capitalismo necesita una tasa de beneficio
suficiente, y también mercados. Aunque esto no basta, y debe cumplirse una
condición suplementaria, relacionada con la forma de estos mercados: deben
corresponder a los sectores susceptibles de lograr una rentabilidad lo más
elevada posible, por estar asociados a aumentos de productividad. Pero esta
adecuación es constantemente cuestionada por la evolución de las necesidades
sociales.
En la medida en que la congelación salarial se ha
impuesto como el medio privilegiado para el restablecimiento del beneficio, el
posible crecimiento era a priori forzado. Pero no es la única razón, que se
encuentra más bien en los límites de tamaño y de dinamismo de estos nuevos
mercados. La multiplicación de bienes innovadores no ha bastado para constituir
un nuevo mercado de un tamaño tan considerable como la rama del automóvil, que
arrastraba no sólo a la industria automovilística sino también a los servicios
de mantenimiento y las infraestructuras viales y urbanas. Como señala Robert
Gordon: "Desde 2000, las invenciones se han centrado en los aparatos de
diversión y de comunicación, que cada vez son más pequeños, más inteligentes y
tienen más prestaciones, pero no cambian fundamentalmente la productividad del
trabajo o las condiciones de existencia como pudieron hacerlo la electricidad y
el automóvil" (Gordon, 2012: 2).
La extensión relativamente limitada de los mercados
potenciales tampoco ha sido compensada con el crecimiento de la demanda. Desde
este punto de vista, faltaba un importante elemento de bloqueo que cree
aumentos de productividad ante progresiones rápidas de la demanda en función de
los descensos de precios relativos inducidos por los aumentos de productividad.
Se asiste también a una deriva de la demanda social, de los bienes
manufacturados hacia los servicios, que mal corresponde con las exigencias de
la acumulación del capital. El desplazamiento tiene lugar hacia zonas de
producción (de bienes o de servicios) con débil potencial en productividad. En
los engranajes del aparato productivo, aumenta la proporción de los gastos de
servicios. Esta modificación estructural de la demanda social es una de las
causas esenciales de la desaceleración de la productividad que rarifica las
oportunidades de inversión rentables. No es que la productividad se haya
desacelerado porque la acumulación se haya ralentizado. Sino lo contrario, la
productividad -como indicador de beneficios anticipados- se ha ralentizado, por
lo que la acumulación se ha desanimado y el crecimiento está embridado, con
efectos suplementarios de retorno sobre la productividad. Otro elemento a tomar
en consideración es la formación de una economía realmente mundializada que,
confrontando las necesidades sociales elementales en el Sur con las normas de
competitividad del Norte, tiende a despojar a los productores (y por tanto a
las necesidades) del Sur. En estas condiciones, la distribución de rentas no
basta para asegurar mercados rentables, si estas rentas son gastadas en
sectores cuya productividad -inferior o creciendo menos rápidamente- influye
sobre las condiciones generales de la rentabilidad. Como la transferencia no ha
frenado o compensado debido a la relativa saturación de la demanda adecuada, el
salario deja en parte de ser una salida adaptada a la estructura de la oferta y
es una razón suplementaria para congelarlo. La desigualdad en el reparto de las
rentas en beneficio de capas sociales acomodadas (también a nivel mundial) representa,
hasta cierto punto, una salida a la cuestión de la realización del beneficio.
El deslizamiento del capitalismo en una fase
depresiva es el resultado, por tanto, de una distancia creciente entre la
transformación de las necesidades sociales y el modo capitalista de
reconocimiento y de satisfacción de estas necesidades. Pero esto quiere decir
también que el perfil particular de la fase actual moviliza, tal vez por
primera vez en su historia, los elementos de una crisis sistémica del
capitalismo. Se puede incluso avanzar la hipótesis de que el capitalismo ha
agotado su carácter progresista en el sentido de que su reproducción requiere
en adelante una involución social generalizada. En todo caso, se debe constatar
que sus capacidades actuales de ajuste se restringen, en sus principales
dimensiones, tecnológica, social y geográfica.
Si la tecnología no permite ya modelar la
satisfacción de las necesidades sociales bajo la forma de mercancías de gran
productividad, eso quiere decir que la adecuación a las necesidades sociales
está cada vez más amenazada y las desigualdades crecientes en el reparto de la
renta se vuelven la condición para la realización del beneficio. Por ello el
capitalismo es incapaz de proponer un "compromiso institucionalizado"
aceptable, o dicho de otra manera, un reparto equitativo de los frutos del
crecimiento. De forma contradictoria con el discurso elaborado durante la
"Edad de oro" de los años de expansión, ahora reivindica la necesidad
de la regresión social para sostener el dinamismo de la acumulación. Sin
modificación profunda de las relaciones de fuerza, parece incapaz de llegar por
sí mismo a un reparto más equilibrado de la riqueza.
Con el ascenso de los llamados países
"emergentes", asistimos a un verdadero "vaivén del mundo" cuyo
alcance puede comprenderse con ayuda de algunas cifras. Así, los países
emergentes realizaron en 2012 la mitad de las exportaciones industriales
mundiales, cuando a comienzos de los años 1990 su parte sólo era del 30%. En la
última década, la integridad de la progresión de la producción industrial a
escala mundial ha sido realizada en los países emergentes. El capitalismo
parece encontrar un segundo aliento relocalizando la producción en países con
importantes aumentos de productividad, y donde el nivel salarial es muy bajo.
Pero esta mundialización no está exenta de contradicciones, sobre todo en forma
de desequilibrios comerciales estructurales, crecientes desigualdades sociales
y efectos de vuelta sobre el crecimiento en los países del Centro.
¿Nueva onda larga...
Desde la contrarrevolución neoliberal y hasta la crisis, los debates
oscilaban entre dos concepciones. Algunos insistían en la coherencia de este
proyecto, otros en sus imperfecciones y en particular la inestabilidad
financiera. Periódicamente, se anunciaba la implantación de un nuevo modelo. La
tasa de beneficio había recuperado niveles satisfactorios. Las nuevas
tecnologías estaban ahí. ¿No se había entrado en un nuevo orden productivo?
Pero ya antes incluso de la crisis, se podía llegar a esta conclusión: a pesar
del restablecimiento de la tasa de beneficio, el capitalismo mundial no ha
entrado en una nueva fase expansiva. Le faltan tres atributos esenciales: un
orden económico mundial, terrenos de acumulación rentable suficientemente
extensos, y un modo de legitimación social.
El cuadro teórico aquí expuesto puede situarse
brevemente en relación con otros enfoques. No se opone como tal al enfoque
regulacionista inicial, y su problemática presenta muchos puntos comunes: para
funcionar bien, el capitalismo necesita un conjunto de elementos constitutivos
de lo que puede denominarse un modo de regulación o un orden productivo. Lo
importante es combinar la historicidad y la posibilidad de esquemas de
reproducción relativamente estables. Pero hay que distanciarse de los trabajos
regulacionistas de "segunda generación", colocados bajo el signo de
la armonía espontánea y preocupados sobre todo por diseñar las líneas de un
nuevo contrato social, como si fuera la lógica natural de funcionamiento del
capitalismo, y como si éste dispusiera en permanencia de un stock de modos de
regulación donde bastaría con atreverse a escoger el bueno (Husson, 1986).
Este enfoque se diferencia también de una
interpretación marxista demasiado monocausal que hace de la tasa de beneficio
instantánea el alfa y el omega de la dinámica del capital. Pero hay que
discutir sobre todo los enfoques que conceden un lugar desproporcionado a la
tecnología. En la teoría de las ondas largas, existe un vínculo orgánico entre
la sucesión de ondas largas y la de revoluciones científicas y técnicas, sin
que esta relación pueda reducirse a una visión neo-schumpeteriana donde la
innovación, por sí misma, sería la clave de la apertura de una nueva onda
larga. Desde ese punto de vista, las mutaciones ligadas a la informática
constituyen un nuevo "paradigma técnico-económico" -por usar la
terminología de Christopher Freeman y Francisco Louça, en su destacable obra
(2002)- pero esto no basta para fundar una nueva fase expansiva. Es tanto más
urgente tomar distancias con un cierto cientificismo marxista que los abogados
del capitalismo retoman por su cuenta para hacer creer que la revolución
tecnológica en curso basta para definir un modelo social coherente.
La teoría de las ondas largas desemboca en una
crítica radical del capitalismo. Si éste tiene tantas dificultades para sentar
las bases de un orden productivo relativamente estable y socialmente legítimo,
está confrontado a una verdadera crisis sistémica. Su prosperidad se basa ya en
una sobreexplotación agravada de los trabajadores, y en la negación de una gran
parte de las necesidades sociales. Llegado a este estadio, las presiones que se
pueden ejercer para hacerle funcionar de otra manera, para regularlo, deben ser
tan fuertes que cada vez se distinguen menos de un proyecto global de
transformación social.
Frente a este capitalismo que se parece cada vez más
a su concepto, la aspiración a un poco de regulación es legítima. Pero hay que
evitar un doble error de apreciación. En primer lugar, no hay que confundir la
necesidad de re-regulación con la ilusión de la regulación que consiste en
pensar que este sistema es racional y que se dejará convencer con un
argumentario bien construído. Una variante de esta ilusión sería fijarse la
imposible tarea de separar el buen grano de la cizaña y procurar una nueva
razón de ser al capitalismo, desembarazándole del imperio de las finanzas. Y
además, la crítica del capitalismo actual no puede hacerse en nombre de un
"fordismo" mitificado al que se trataría de volver. Desde luego, no
está prohibido apoyarse en las conquistas sociales y la legitimidad de que
gozan, pero es absolutamente insuficiente.
La superación de estos dos obstáculos esboza una
estrategia cuyos objetivos son bastante claros: la resistencia a la
mercantilización capitalista lleva poco a poco a la construcción de una
legitimidad alternativa, basada en valores de igualdad, de solidaridad y de
gratuidad, que cuestionan el núcleo de la lógica capitalista. La radicalización
del capital, al negarse a responder positivamente a demandas elementales y
retroceder en derechos adquiridos, engendra una nueva radicalidad de los
proyectos de transformación social.
... o atolladero capitalista?
El enfoque marxista de la dinámica larga del capital podría a fin de
cuentas ser resumida de la siguiente manera: la crisis es cierta, pero la
catástrofe no lo es. La crisis es cierta, en el sentido de que todos los arreglos
que se inventa el capitalismo, o que se le impone, no pueden suprimir de forma
duradera el carácter desequilibrado y contradictorio de su funcionamiento. Sólo
el paso a otra lógica podría desembocar en una regulación estable. Pero los
periódicos cuestionamientos que jalonan su historia no implican en absoluto que
el capitalismo se dirija inexorablemente hacia el hundimiento final. En cada
una de estas "grandes crisis" está abierta la opción: o el
capitalismo es derrocado, o se recupera bajo formas que pueden ser más o menos
violentas (guerra, fascismo), y más o menos regresivas (giro neoliberal).
A modo de conclusión, nos arriesgamos a enunciar
algunas tesis sobre el período abierto por la crisis:
1. La vuelta a un capitalismo regulado
("fordista" o "keynesiano") es imposible, porque la base
material, esto es, aumentos de productividad superiores a su media histórica,
está fuera de alcance. El capitalismo neoliberal ha fracasado a la hora de
realizar una nueva adecuación entre sus propias exigencias y la estructura de
la demanda social. Además, la mundialización es un obstáculo a cualquier
coordinación entre las burguesías basado en una forma de compromiso hostil con
las finanzas.
2. Este agotamiento de la dinámica propia del
capitalismo en los países "avanzados" no encontrará relevo duradero
en los países "emergentes".
3. Las mismas formas adoptadas por el capitalismo en
su fase neoliberal hacen también imposible tal inflexión. Ellas corresponden a
la puesta en pie de una "coherencia inestable": descenso de la parte
de los salarios, desigualdades sociales, financiarización y sobreendeudamiento,
que forman un todo que no se puede modificar por los márgenes.
4. La única salida para el capitalismo es una huida
hacia adelante intentando reproducir el modelo neoliberal, aprovechándose de la
crisis para poner en marcha una terapia de choque que conduzca a una regresión
sin fin.
5. El capitalismo ha perdido sus elementos de
legitimidad: sus éxitos son inversamente proporcionales a la satisfacción de
las necesidades sociales, y es incapaz por esencia de hacer frente al desafío
climático. Sólo apuesta por la emergencia de una "clase media
mundial" que le proporcionaría una base social menos estrecha que los
"1%" y mercados ampliados y estabilizados.
6. La cuestión clave es por tanto la
"aceptabilidad social" de esta degradación de las condiciones de
existencia para la mayoría de la humanidad.
Partiendo de estas tesis, que más bien son hipótesis
de trabajo, hay que pensar en una nueva coyuntura en la que las condiciones de
aparición de una nueva fase expansiva no están reunidas en un horizonte
previsible. Esto no es contradictorio con la teoría de las ondas largas, que no
postula una alternancia mecánica de fases históricas expansivas y depresivas. Así
lo subrayaba Mandel: "La aparición de una nueva onda larga expansiva no
puede considerarse como un resultado endógeno (más o menos espontáneo,
mecánico, autónomo) de la precedente onda larga depresiva, cualquiera que sea
la duración y la gravedad de ésta. Lo que determina este punto de inflexión no
son las leyes de movimiento del capitalismo, sino los resultados de la lucha de
clases de todo un período histórico. Por tanto, lo que estamos planteando aquí
es una dialéctica de los factores objetivos y subjetivos del desarrollo
histórico, en la cual los factores subjetivos se caracterizan por su relativa
autonomía: es decir, no están directa e indefectiblemente determinados por lo
ocurrido previamente a las tendencias básicas de la acumulación del capital, a
las tendencias de la transformación tecnológica o al impacto de estas tendencia
en el propio proceso de organización del trabajo" (Mandel, 1986: 43).
Notas:
1) Esta constatación no es compartida por todos los
economistas marxistas. Se puede consultar el punto de vista del autor en
Husson, 2010.
2) Para una demostración más detallada, ver Husson,
2013.
3) Para una presentación más detallada, ver Martin
et at. 2002.
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Michel Husson es economista. La edición original del
artículo está en su blog http://hussonet.free.fr/mandelmh13.pdf.
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