Queridísima
Francesca,
Te escribo esta carta para hablar sobre el futuro. Lo observo desde la
óptica de mi mundo. Desde la óptica del cine, que ha estado en el centro de ese
mundo.
Durante el último par de años, me he dado cuenta de que la idea del cine
con la que yo crecí, esa que se ve en las películas que hemos visto juntos
desde que eras una niña y que triunfaba cuando yo comencé a hacer películas, se
está acabando. No me refiero a las películas que ya se han hecho: me refiero a
las que están por llegar.
No
quiero ser pesimista. No escribo estas palabras sintiéndome derrotado. Todo lo
contrario: creo que el futuro es brillante.
Siempre supimos que las películas eran un negocio, y que el arte del
cine era posible debido a que coincidía con los requisitos del negocio. Cuando
empezamos en esto allá por los 60 y los 70, ninguno de nosotros se hacía
ilusiones al respecto. Sabíamos que tendríamos que trabajar duro para proteger
aquello que amábamos. Y también que tendríamos que pasar por momentos duros. Y
creo que nos dábamos cuenta, en cierto sentido, de que tal vez habría de llegar
un momento en el cual todos los elementos incómodos o impredecibles en el
negocio de hacer cine serían minimizados, tal vez incluso suprimidos. Y, ¿cuál
es el elemento más impredecible de todos? El propio cine. Y la gente que
trabaja en él.
No quisiera repetir aquello que muchos otros han dicho ya acerca de los
cambios en el negocio, y me conmueven las excepciones a esta tendencia global:
Wes Anderson, Richard Linklater, Alexander Payne, los Coen, James Gray y Paul
Thomas Anderson se las apañan para que sus películas salgan adelante, y Paul no
sólo consiguió rodar The Master en 70mm, sino que también pudo exhibirla con
ese formato en unas pocas ciudades. Cualquier aficionado al cine debería estar
dar las gracias por ello.
También me emocionan los artistas de todo el mundo que siguen
esforzándose por hacer películas, bien sea en Francia, en Corea del Sur, en
Inglaterra, en Japón, en África. Cada día es más difícil, pero ellos siguen
adelante.
Pero creo que no soy pesimista al decir que el arte del cine y el
negocio cinematográfico se encuentran en una encrucijada. El entretenimiento
audiovisual y lo que ahora llamamos “cine” (películas concebidas por
individuos) parecen encaminados hacia direcciones diferentes. En el futuro,
seguramente verás cada vez menos cine en las pantallas de las multisalas y más
en locales pequeños, en internet y, supongo, en espacios y en circunstancias
que no puedo predecir.
Entonces, ¿por qué es tan brillante el futuro? Porque, por primerísima
vez en la historia de este arte, las películas pueden hacerse por muy poco
dinero. Esto era impensable cuando yo era joven, y las películas de presupuesto
extremadamente bajo siempre han sido más una excepción que una norma. Ahora es
al revés: puedes obtener imagines hermosas con cámaras asequibles. Puedes
grabar el sonido. Puedes montar y corregir el color en tu casa. Todo esto es
una realidad.
Pero, mientras prestamos toda esta atención a la maquinaria y a los
avances tecnológicos que nos han llevado a esta revolución, debemos recordar
una cosa importante: las máquinas no hacen la película, la película la haces
tú. Tomar una cámara, rodar y después organizar el material con Final Cut Pro
es liberador. Hacer una película (la película que tú necesitas hacer) es otra
cosa. Y para eso no hay atajos.
Si John Cassavetes, mi amigo y maestro, estuviera vivo ahora, seguro que
utilizaría todo el equipo que está disponible. Pero seguiría diciendo las cosas
que siempre decía: tienes que estar absolutamente entregado a tu obra, tienes
que darlo todo, y tienes que proteger la chispa de inspiración que te llevó a
rodar la película. Tienes que protegerla con tu vida. En el pasado, teniendo en
cuenta lo caro que era hacer películas, teníamos que protegernos del
agotamiento y de las concesiones. En el futuro, tú tendrás que ponerte en
guardia frente a algo muy distinto: la tentación de seguir la corriente, y de
dejar que la película se te escape de las manos.
Esto no es sólo aplicable al cine: no hay atajos válidos para nada. No
quiero decir que todo tenga que ser difícil. Quiero decir que la voz que
realmente brilla es tu voz: esa, como dicen los cuáqueros, es tu luz interior.
Esa eres tú. Esa es la verdad.
Con
cariño,
Papá.
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