Por Carlos Bernales
El
reciente triunfo de Bill De Blasio a
la alcaldía de Nueva York ha sido recibida con algarabía por muchos sectores de
la sociedad neoyorquina. Las diferentes nacionalidades que conviven en La gran
manzana, han sumado un tercio de la población votante para aplastar con sus
votos al candidato republicano, Joe Lhota, que ha sido apoyado por Michael Bloomberg, el multimillonario
alcalde saliente y especialmente con furia por los partidarios del Tea Party.
"Mis amigos neoyorquinos, hoy han hablado alto
y claro sobre la nueva dirección que quieren darle a nuestra ciudad", dijo De Blasio desde su centro de campaña en
Brooklyn al anunciar el triunfo, mientras sus seguidores le saludaban con
cánticos en inglés, español y hasta italiano.
¿Será verdad tanta belleza?
De Blasio, durante su
campaña, hizo referencia al libro de Charles
Dickens, Historia de dos ciudades,
para destacar que en Nueva York
conviven ricos a la altura de Bloomberg con pobres que tienen niveles de vida
comparables con Haití. Para superar el enorme abismo social, que revela
una censurable inequidad, el flamante ganador de las elecciones, ha prometido
una política de impuestos que gravará a los más ricos, comenzando por ajustar
cuentas con Wall Street. Esto, presuntamente, contribuiría para expandir
programas educativos.
El hombre que asumirá el
mando de la alcaldía el próximo enero, ha
prometido acabar con el abuso policial, especialmente con el “stop
and frisk” (Detener y registrar), que tenía graves secuelas racistas.
También, entre sus
promesas está la de crear una tarjeta de identidad para favorecer a los
indocumentados y que servirá entre otros, para posibilitarlos de tener licencia
de conducir y con ello evitar la persecución de la Migra.
Una historia… hasta hoy
De Blasio tuvo una
infancia muy complicada. Su padre, veterano de la Segunda Guerra Mundial, se
hundió en el alcoholismo y
terminó su vida suicidándose. Ello lo llevó a cambiarse de apellido y usar el
de su madre. Con perversidad extrema, la derecha ha sacado a relucir este
triste episodio aislándolo de su fuerte
contenido social para atribuirle un peligro psicológico individual.
En los años 80, De Blasio apoyó a los sandinistas nicaragüenses en su lucha contra
los “contras”, unos asesinos sicarios a quienes Ronald Reagan llamaba “luchadores
por la libertad”. También en esa época conoció a la que hoy es su esposa,
quien entonces era una lesbiana activista por los derechos de género.
No cabe duda de que De
Blasio ha sido practicante de una ideología política liberal, lo que se llama
“progresista”. Por eso mismo ha despertado un odio furioso de toda la derecha.
Comenzando por el propio alcalde Bloomberg, el multimillonario que durante su
mandato ha acumulado miles de millones de dólares para su compañía.
Ni que decir del Tea
Party, para quien cualquiera persona que se salga de la doctrina
fundamentalista de ultraderecha neonazi que ellos profesan, es calificado de
“socialista” o peor aun, “comunista”. Son los calificativos que recibe, por
ejemplo Obama, el presidente que se insinúa como el campeón de los inmigrantes y que, sin vergüenza alguna,
ostenta el record de ser el presidente que más deportaciones y abusos
policiales ha producido contra los inmigrantes, especialmente los hispanos, o
latinos.
Cuidado, derechistas demócratas y republicanos
A pesar de las montañas
de publicidad acumuladas para liquidar la candidatura de De Blasio, el pueblo
neoyorquino ha sumado una cima mucho más alta de votos a favor del alcalde sin importarle
que sea realmente o no un comunista. Esto revela un enorme cambio en la
conciencia de millones de norteamericanos que están empezando a despertar.
Son grandes, entonces,
las expectativas creadas en torno a De Blasio, pero también las dudas de
quienes creemos que las instituciones actuales se han convertido en estatuas de
piedra maciza que no se pueden alterar ni bajo el conjuro de Venus a la
estatua de Pigmalión.
Esperemos que, al final
de su mandato no se escriba, parafraseando la novela de Dickins, la Historia de
Dos personas, en la que el De Blasio candidato, que ofreció un programa
progresista terminó como De Blasio alcalde que gobernó como un Bloomberg
cualquiera.
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