El 17 de
Marzo de 1883, con el corazón desgarrado por la pena, Federico Engels, el mejor
amigo, compañero y camarada de Carlos Marx, pronunció este discurso en el que expresa
resumidamente lo que fue la vida de este hombre que dedicó su vida a interpretar el mundo y a
transformarlo, siendo con ello consecuente con uno de sus máximos postulados. Pero Marx ante todo era un
internacionalista, tal como indica Engels, el solo hecho de haber creado la
Primera Internacional de los trabajadores en lucha por la revolución
socialista, hubiera sido suficiente para que hubiera trascendido ante la
historia.
Por eso no es de dudar que si Marx viviera en estos tiempos, no dudaría en contribuir a la construcción de la Cuarta Internacional. Pero Marx,
como un investigador comprometido con la causa de los trabajadores, nunca
hubiese aceptado que el socialismo científico, fuese adjetivado como “marxismo”.
Tampoco Lenin hubiera aceptado ser un nuevo adjetivo agregado,
marxismo-leninismo. Mucho menos Trotsky aceptó la existencia del “trotskismo”.
Es la
simpleza burguesa, carente de ideas, la que adjetiva nombres para dañar en la imagen los conceptos que
representa. Los mal llamados “marxismo”, “leninismo” o “trotskismo”, no son
otra cosa que el desarrollo de una ciencia que así como en el principio, tiene en muchos
investigadores en el campo de las ciencias naturales y sociales y que conforme
surgen nuevos descubrimientos refuerza su condición de síntesis del pensamiento universal. (Nota de
redacción de Prensa Libre)
Discurso ante la tumba de Marx
El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde
, dejó de pensar el más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos
minutos solo, y cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su
sillón, pero para siempre.
Es de todo punto imposible calcular lo que el
proletariado militante de Europa y América y la ciencia histórica ha perdido
con este hombre. Muy pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte
de esta figura gigantesca.
Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de
la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia
humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza ideológica, de que
el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse
antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto,
la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente,
la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época, es la
base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las
concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de
los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al
revés, como hasta entonces se había venido haciendo. Pero no es esto sólo. Marx
descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción
capitalista y la sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la
plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones
anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos
socialistas, habían vagado en las tinieblas.
Dos descubrimientos como éstos debían bastar para
una vida. Quien tenga la suerte de hacer tan sólo un descubrimiento así, ya puede
considerarse feliz. Pero no hubo un sólo campo que Marx no sometiese a
investigación —y éstos campos fueron muchos, y no se limitó a tocar de pasada
ni uno sólo— incluyendo las matemáticas, en la que no hiciese descubrimientos
originales. Tal era el hombre de ciencia. Pero esto no era, ni con mucho, la
mitad del hombre. Para Marx, la ciencia era una fuerza histórica motriz, una
fuerza revolucionaria. Por puro que fuese el gozo que pudiera depararle un
nuevo descubrimiento hecho en cualquier ciencia teórica y cuya aplicación
práctica tal vez no podía preverse en modo alguno, era muy otro el goce que
experimentaba cuando se trataba de un descubrimiento que ejercía inmediatamente
una influencia revolucionadora en la industria y en el desarrollo histórico en
general. Por eso seguía al detalle la marcha de los descubrimientos realizados
en el campo de la electricidad, hasta los de Marcel Deprez en los últimos
tiempos.
Pues Marx era, ante todo, un revolucionario.
Cooperar, de este o del otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista
y de las instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación
del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la
conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de las
condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su vida. La
lucha era su elemento. Y luchó con una pasión, una tenacidad y un éxito como
pocos. Primera Gaceta del Rin, 1842; Vorwärts (Adelante) de
París, 1844; Gaceta Alemana de Bruselas, 1847; Nueva Gaceta del Rin,
1848-1849; New York Tribune, 1852 a 1861, a todo lo cual hay que añadir
un montón de folletos de lucha, y el trabajo en las organizaciones de París,
Bruselas y Londres, hasta que, por último, nació como remate de todo, la gran
Asociación Internacional de Trabajadores, (Primera Internacional), que era, en
verdad, una obra de la que su autor podía estar orgulloso, aunque no hubiera
creado ninguna otra cosa.
Por eso, Marx era el hombre más odiado y más
calumniado de su tiempo. Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que los republicanos,
le expulsaban. Los burgueses, lo mismo los conservadores, o que los
ultrademócratas, competían en lanzar difamaciones contra él. Marx apartaba todo
esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía caso de ello; sólo
contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía. Y ha muerto venerado,
querido, llorado por millones de obreros de la causa revolucionaria, como él
diseminados por toda Europa y América, desde la minas de Siberia hasta California.
Y puedo atreverme a decir que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvo un
solo enemigo personal. Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su
obra.
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