Por Vincenc Navarro
No hay plena consciencia de que el lenguaje que se utiliza hoy en
las ciencias económicas (donde el pensamiento neoliberal es dominante), y
que aparece en el discurso hegemónico en los medios de información de
mayor difusión, reproduce unos valores que quedan ocultos en la
narrativa de esta área de conocimiento. Por ejemplo, es frecuente que se
escriba en fórums políticos y económicos que las derechas (fuerzas
conservadoras y liberales) priorizan a los mercados como los
determinantes del comportamiento económico y financiero, mientras que
las izquierdas enfatizan más las intervenciones públicas del Estado para
la configuración de las prioridades en los espacios financieros y
económicos. En esta dicotomía se ocultan o ignoran varios hechos
esenciales.
Uno es que la palabra “mercados” quiere decir, en
realidad, los propietarios y gestores del capital, es decir, las grandes
empresas que dominan las distintas áreas de la actividad económica,
dentro de las cuales las financieras han adquirido un gran protagonismo.
Cuando las derechas acentúan que tienen que ser los mercados los que
definan las prioridades sociales, están en realidad diciendo que son los
propietarios y gestores de las grandes empresas los que tiene que tener
la primera y última palabra en las decisiones que afectan a la
gobernanza del país. Esta versión aparece con toda crudeza en la famosa
expresión que “lo que es mejor para Citibank (en España, el Banco de
Santander o Repsol) es también lo mejor para el país”.
Este
punto de vista, sin embargo, se presenta por lo general en una
terminología menos directa y más sutil. Se dice que es a los “mercados”
(sin utilizar el término capitalistas) a los que se debe obedecer. Los
brutales ataques al Estado del Bienestar en los países periféricos de la
Eurozona (que tienen el gasto público social por habitante más bajo de
la UE-15), con reducción del gasto público, se presentan como necesarios
para seguir la disciplina fiscal dictada por los “mercados”. Y la
bajada de salarios (que están entre los más bajos de la UE-15) se
presenta como necesaria para responder a los “mercados”, haciendo a
España más competitiva. Si usted, lector, se lee los documentos del
gobierno español, de la Comisión Europea, del Banco Central Europeo y
del Banco de España, verá estas expresiones utilizadas constantemente.
El mensaje es que hay que responder a los mercados. En realidad, lo que
quieren decir (pero no se atreven a decirlo) es que hay que hacer lo que
los propietarios y gestores de las grandes empresas y muy en especial
las financieras digan que tiene que hacerse.
A algunas voces,
sin embargo, se les escapa lo que piensan y lo dicen sin tapujos. Así,
uno de los arquitectos de las políticas desarrolladas por el gobierno
Thatcher, en una entrevista en 1991 (“Former Thatcher adviser Alan Budd
spills the beans on the use of unemployment to weaken the working class -
sound familiar?” entrevista de Adam Curtis, junio de 1991), indicó que
era necesario utilizar este tipo de terminología para ocultar los
objetivos reales. Decía este personaje, Alan Budd, que es muy, pero que
muy necesario, que crezca el desempleo, pues este es un objetivo muy
deseado a fin de debilitar a la clase trabajadora y así favorecer a los
propietarios del capital. “Lo que hicimos, utilizando la terminología
marxista, fue crear una crisis del capitalismo, recreando un gran
ejército de reserva –la población desempleada– lo que permitió ampliar
beneficios a los grandes empresarios a partir de entonces”. Les aseguro
que los economistas neoliberales del gobierno actual, así como un gran
número de gurús económicos y financieros de gran visibilidad mediática,
sin o con chaquetas llamativas, piensan igual, aunque lo dicen de una
manera más elaborada y más sutil. Lo definen como requerimientos de los
mercados.
La educación económica en nuestro país
Esta narrativa en la cultura económica es dominante (con notables
excepciones) en la cultura académica española. En realidad, gran parte
de la enseñanza económica se basa en este entendimiento. El énfasis es
en los mercados, dando prominencia a la necesidad de que sean estos los
que determinen las prioridades de la sociedad. Con ello se da prioridad a
reproducir la distribución de poder, basada en la propiedad y gestión
del capital. Como bien ha dicho Paul Krugman, hoy, en la mayoría de
Departamentos de Economía de las universidades de EEUU, la economía que
se enseña es “lo que el 1% de renta superior del país desea que se
haga”. Una situación idéntica ocurre en España (de nuevo, con notables
excepciones).
Esta situación se ha incluso acentuado más en los
últimos treinta años, durante los cuales la influencia del capital, y
muy en especial del capital financiero, en el desarrollo de las
“ciencias económicas” ha sido muy acentuado. De la misma manera que la
industria farmacéutica tiene una enorme influencia en la cultura
académica de las ciencias médicas, a través del patrocinio de congresos,
de revista científicas, de financiación de centros de investigación, de
cátedras en la universidad, de pagos y donaciones a médicos, vemos que
la banca y las grandes empresas tienen una enorme influencia en los
centros académicos de economía, a través de idénticos procesos.
Más recientemente este intervencionismo es incluso más directo, como es
el caso de Fedea, o el caso de sus cátedras, financiadas por las
grandes empresas financieras e industriales. En todas ellas se promueve
la doctrina neoliberal, sin ningún disimulo, gozando de grandes cajas de
resonancia ofrecidas por los medios de información, altamente
dependientes de la banca para su propia supervivencia. Ni que decir
tiene que dichos medios, muy de vez en cuando, permiten voces críticas a
fin de presentarse como abiertos y plurales. Pero su mayor misión, que
cumplen exitosamente, es propagar la doctrina económica del 1%, que es
el neoliberalismo.
En realidad, los gurús económicos
neoliberales de gran visibilidad mediática gozan de una inmunidad que no
tiene ninguna otra profesión. Ejemplos hay muchos. Supóngase que un
famoso profesor de medicina se hubiera hecho famoso a base de
promocionar un producto farmacéutico y que, después de ser ampliamente
promocionado, se descubriera que los informes científicos que ese médico
había presentado eran falsos, llenos de errores y manipulaciones. Les
aseguro que lo más probable es que este médico, además de perder su
credibilidad, quedara marginado, expulsándoselo de los comités
científicos, y podría incluso perder su cátedra.
Pues bien,
esto ha pasado recientemente con unos famosos economistas de
prestigiosos centros académicos (Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff). Su
famoso “hallazgo” era que un país, en el caso de que fuera
indisciplinado en sus cuentas públicas y alcanzara una deuda pública de
más del 90% del PIB, entraría en un declive muy acentuado. Este
“hallazgo” fue ampliamente utilizado por todas las instituciones,
altamente influenciadas por la banca, desde el BCE hasta la Comisión
Europea, asimismo como el Banco de España y el gobierno español, para
imponer políticas de austeridad a las clases populares. Pues bien, un
Departamento (marginado por su heterodoxia en el mundo académico de
EEUU) de Economía de la Universidad de Massachusetts mostró que había
muchos errores y/o manipulaciones en el trabajo que había producido ese
hallazgo. Pues bien, los dos autores continúan teniendo la misma
visibilidad mediática, tanto en EEUU como en España, mientras que los
economistas que mostraron dichos errores no están ni se les espera en
ninguno de los fórums o medios donde la sabiduría convencional se
reproduce.
Consecuencias del dominio de los mal llamados mercados
Otro error que se presenta en esta dicotomía mercados versus Estado es
asumir que las derechas favorecen a los mercados y desfavorecen al
Estado, mientras que las izquierdas favorecen al Estado a costa de los
mercados. Ya he escrito críticamente sobre esta falsa dicotomía en un
artículo reciente (ver “El contexto político del crecimiento de las
desigualdades”, en Público 02.01.14), pero la importancia del error me obliga a enfatizarlo de nuevo.
La evidencia empírica de que las derechas son tan favorables a las
intervenciones públicas, o incluso más, que las izquierdas, es
abrumadora. Y los datos hablan por sí solos. Los “mercados”, es decir,
los propietarios y gestores del capital son los mayores beneficiarios de las intervenciones de los Estados.
Andy Haldane, Director Ejecutivo de Estabilidad Financiera del Banco de
Inglaterra, ha calculado que el subsidio público (pagado con fondos del
Estado) a los bancos más importantes del mundo fue equivalente a 70.000
millones de dólares de media cada año (durante el periodo 2002-2007),
cantidad multiplicada varias veces a partir del 2007, inicio de la
crisis (citado en “How High Inequality Plus Neoliberal Governance
Weakens Democracy”, por Robert Wade en Challenge, Nov-Dic 2013). Y
en España, el apoyo público pagado por el Estado a la banca y otras
instituciones financieras alcanzó la abrumadora cantidad de cerca de
220.000 millones de euros desde 2007. Ninguna otra institución ha sido
tan subvencionada como la banca, cuyos comportamientos especulativos
fueron ampliamente responsables de la crisis actual, de la cual fueron
rescatados, de nuevo, con fondos públicos, sin que su salvación haya
resuelto el problema de falta de crédito que las pequeñas y medianas
empresas están sufriendo. En realidad, y tal como ha indicado Joseph
Stiglitz, con los fondos que se han gastado los Estados para salvar a
los propietarios y gestores del capital financiero, se podrían haber
creado bancos públicos que habrían garantizado la accesibilidad al
crédito. El hecho de que ello no haya ocurrido es consecuencia de la
enorme instrumentalización de los Estados por la banca, lo cual ha
alcanzado niveles hiperbólicos en el gobierno actual de España, uno de
los que ha impuesto políticas de mayor austeridad a las clases populares
en la UE-15.
Las desigualdades, tema desconocido en las teorías económicas
Consecuencia de lo dicho en la sección anterior es el hecho de que los
Estados, instrumentalizados por el capital, han sido los responsables de
las enormes desigualdades que han estado ocurriendo desde los años
ochenta, crecimiento que apenas ha aparecido en la literatura de las
“ciencias económicas”. En realidad, algunos no solo las ignoraron y
desconocieron, sino que las ocultaron deliberadamente por considerarlas
perniciosas. Así, Robert Lucas, Profesor de Economía de la Universidad
de Chicago, conocido como uno de los fundadores del neoliberalismo
económico y Premio Nobel de Economía en 1995, indicó que “una de las
tendencias perniciosas y dañinas en el conocimiento económico…. en
realidad, venenosa para tal conocimiento, es el estudio de temas de
distribución…” (Robert Lucas, “The Industrial Revolution: Past and
Future”. Annual Report 2003 Federal Reserve Bank of Minneapolis, May
2004). El estudio de las desigualdades de renta y propiedad no es un
tema frecuente o bien conocido en los análisis que se centran en la
eficiencia y eficacia de los llamados “mercados”. Y ello es consecuencia
de que los propietarios y gestores del capital, máximos beneficiarios
de estos conocimientos, no quieren que se conozcan las causas y
consecuencias de su riqueza. Durante el periodo 2009-2012, el periodo de
mayor crisis en EEUU, la renta del 1% más rico de EEUU absorbió el 95%
del crecimiento total de la renta, y los ingresos de los propietarios y
gestores de las 500 compañías más grandes de EEUU pasaron a representar
324 veces más que el salario promedio.
A lo máximo que el
conocimiento económico llega es al análisis de la pobreza, centrándose
más en los pobres que en las causas de la pobreza. Es común oír o ver la
expresión de que “no me importan las desigualdades o que la gente sea
tan rica como pueda. Lo único que me importa es la pobreza”. El problema
con este dicho, muy común entre economistas liberales, es que las
desigualdades y la pobreza están íntimamente relacionadas. La enorme
concentración de las rentas se hace a costa de las rentas de los demás
sectores de la población. La distribución de las rentas de un país no
responde a causas económicas, sino políticas. En estos años de crisis,
mientras que las rentas del 1% de la población han crecido
desmesuradamente, la renta media de las familias estadounidenses ha
descendido un 4%. Y ello, como consecuencia de las políticas públicas
realizadas por el Estado. Ha habido lo que se llama un impacto Robin
Hood, “Robin de los bosques”, al revés, es decir, una redistribución de
las rentas de la mayoría a la minoría, debido a la enorme influencia de
esta minoría sobre el Estado, y que se traduce tanto en las políticas
fiscales como en otros tipos de intervenciones públicas (como los
subsidios a la banca) que sistemáticamente favorecen a los sectores más
pudientes de la población.
El factor más importante para explicar
el nivel de las desigualdades existentes en un país es el grado de
influencia que los instrumentos del capital tienen sobre el Estado
(tanto central como autonómico o local). En los países como EEUU y
España, donde esta influencia es muy marcada, las desigualdades y la
pobreza son mayores que en los países, como en el norte de Europa, donde
tal influencia ha sido menor (donde, hasta hace poco, el mundo del
trabajo tenía mayor influencia en Europa). No es por casualidad tampoco
que los países más desiguales sean también los países con menos calidad
democrática (como EEUU y España), donde el grado de insatisfacción de la
mayoría de la población hacia las llamadas instituciones
representativas es mayor. La concentración de las rentas y de las
riquezas aumenta la influencia política y mediática de los grupos más
pudientes de la sociedad, causa del deterioro de las instituciones
democráticas. EEUU y España son un claro ejemplo de ello. Es
precisamente la instrumentalización de los Estados por el capital lo que
está generando una de la rebeliones pro democracia existente hoy en el
mundo (ver mi artículo “La revolución democrática a nivel mundial".
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