A partir de este número contamos con la colaboración de Alfredo Portal, un escritor, poeta, crítico literario y periodista, cuya presencia nos honra, le damos las gracias y la bienvenida. Precisamente, en esta edición reproducimos a sugerencia suya un estupendo texto de César Moro, poeta y pintor surrealista peruano que, con André Breton y Paul Éluard, entre otros, marcaron una época de luces en el campo cultural de occidente. Del título de un libro de Moro, Alfredo Portal toma prestado el nombre para la sección literaria de Prensa Libre: Los anteojos de azufre.
[Este
texto apareció en Dyn (nº 4-5, diciembre de 1943), en traducción al
inglés de Wolfgang Paalen. No sabemos si se conserva el original en castellano.
Algunas frases corresponden, con mayor o menor exactitud, a otras de «Biografía
peruana»; es evidente que unas son versiones de las otras. ¿Qué texto se
escribió primero? Difícil decirlo.
Ante
la imposibilidad de reconstruir el texto castellano original, nuestra
retraducción fue bastante literal y su intención ha sido simplemente la de
facilitar la lectura del texto en inglés; en todo caso, hemos utilizado las
eventuales coincidencias con «Biografía peruana». Cuando la correspondencia no
es exacta no podemos saber si estamos ante libertades del traductor o ante
variantes del autor; por ello hemos respetado el texto en inglés,
incluyendo en notas a pie de página (todas las notas en este texto son de los
editores) las variaciones encontradas en «Biografía peruana».
Ya
que reproducimos ambos textos, el lector podrá sacar conclusiones sobre su
parentesco (n. de los e.).]
El barrio dorado de la ciudad
Por César Moro
Láminas de
agua caen danzando sobre las cenizas del imperio. La inmensidad luminosa en su
poderoso vuelo deteniendo, a cada giro, el ímpetu de las cataratas de montañas.
Revelación, país maravilloso donde ruedan guijarros demoníacos, fragmentos de
estelas grabadas enel tiempo fosforecente1 enel que las
culturas reverdecían desde las orillas próximas del océano hasta los límites
del hielo eterno.2
Océano inundado de historia donde flotan los
vestigios de un pasado fabuloso y deslumbrante,3 apreciable
por la rabia caníbal de la Conquista que devoró piedras, reduciendoa dinero el
oroy la plata, la columna vertebral del gran sueño de las civilizaciones
precolombinas en el Perú.
El oro se despliega como los rayos de un sol que se
derrite: cada templo, cada palacio real, y hay muchos en el enorme
territorio,nos deslumbra con oro, con piedras preciosas. Los jardines
artificiales poblados por bestias metálicas, otros templos, otros palacios
palidecen en comparación con el que ornamenta una residencia de verano de los
Incas, en laisla de Puna. Hicieron mantas de oro, imitaciones de madera en oro.
Cuandoel Incasalíadesu palacio, sutrono,Tiana, era un bloque de oro montado
sobre un vasto tablón de oro sostenido por venticinco hombres reservados como
cargadores del trono. Al nacer su heredero, Huaincava Inca ordenó hacer un
cable de oro tan largo y tan pesado que doscientos miembros de la nobleza,
doscientos orejones, difícilmente podían alzarlo. En memoria de esta
joya delirante el príncipe fue más tarde llamado Huasca, que significa cable.
Reinaría bajo el nombre de Huasca Inca.
Durante los últimos años antes de lacaída se vio,
girando alrededor de las inmensas terrazas del palacio, una sombra color de
humo entre los cálidos reflejos de óxido, jaspeada de sangre aérea absorbiendo
en su noche las llamas del imperio. Fue el último mensaje nocturno en el
silencio, bajo una luna renovada para el espectáculo ante el auditorio de los
siglos caóticos:4 Atabaliba llevando el manto real de alas de
murciélago.
Caxamalca centellea en el vapor que se levanta de
las aguas termales. Flores desnudas saciadas de sol cantan en voz alta. Pronto
serán salpicadas de sangre, oscurecidas para siempre por la sombra en la forma
del cadalso de la Cristiandad.
¿Quién podía cantar con una voz tan fuerte en la
naturaleza?5 ¿Dónde podría haber yo oído esta insolencia de un ave
desafiando el odio dementes estrechas? Fue en tu plaza, Caxamalca, en la gloria
de una tarde. El cortejo avanza. Los príncipes reales, las vírgenes del sol con
los sacerdotes, los dignatarios según su rango rodean la litera imperial donde
dos pumas agazapados enmarcan al inca, adornado con todos los signos tangibles
de su divinidad.
El sol brilla por última vez en el imperio edípico. Luego
iluminará la carnicería, la rapiña del León de Castilla, de la Madre
Patria , así llamada por la raza de esclavos, los intelectuales que
brotaron del barro colonial, devorando hasta los huesos de sus
presas.
¡La tierra ha permanecido! El océano Pacífico todavía
despliega su esplendor ante las ruinas. El sol, fiel, calienta las arenas; la
tierra adorada por miríadas de hombres se desmorona en los muros de Pachacamac,
el único templo consagrado al dios invisible, al Animador del Universo. Las
plantas sin raíz dispuestas según la voluntad del viento en las terrazas, las
balaustradas, las gradas del Templo rodean esta maldición con ternura insana.
Con qué podría uno comparar la tristeza de Pachacamac, de su eco milenario en
un paisaje tan hermoso, en medio del silencio —silencio a pesar de la vulgar interferencia
episódica de las trompetas del turismo.
En la distancia, el océano orlado de armiño bate eternamente
sobre las rocas, petrificación de los protegidos de Vichama y, en el mito,
víctimas de la furia de Pachacamac.
El culto a Pachacamac se había extendido mucho antes
de la total sumisión a los Incas. A pesar del hecho de que, por definición, él
es el dios invisible al que uno no construye templos, los ancestros de Hatun
Apu Cuismancu, antes de que él deviniera vasallo de Pachacutec Inca, ya habían
llamado Pachacamac al valle y erigido su templo.
Viajo de noche hacia el Muro de Seda: la piedra de
los doce ángulos centellea, delineada sobre el cielo estrellado: constelación
hecha por lamano del hombre.6
¿Qué llamas más altas que las torres pueden ocultar
a losojos del hombre las graderías de Machu Picchu?7 ¿Qué lluvia
diluviana licua ese coágulo de sangre?
Es medianoche cuando salgo a la ventana del palacio deHuayna
Cápac.8
El más triste eco de las últimas gradas está por desaparecer,
dejándome cara a cara con la noche. Nuevamente se inicia la batalla al borde
del abismo. El hierro lanza chispas, el desierto se extiende por todas partes
como una mancha de aceite. Una cruz de yeso en medio de Kollcampata. Esta cruz
pulula, crece con la tenacidad del liquen cicatrizando la superficie de basalto
salpicada de rubíes.
Me pregunto angustiado si tantos tesoros animistas
van a perderse o están ya perdidos irremediablemente. Si nada quedará de este
pasado maravilloso, si deberemos continuar siempre volviendo nuestros rostros
de la zarza ardiente para perdernos completamente en la banalidad de Occidente.
¡Todo nuestro Oriente perdido!9
Inmensa perla-tormenta que ruedas sobre un país
sordo y ciego, tú continúas siendo el blanco, el tesoro aéreo de los poetas
exilados. Tú maculas con tu sangre el progreso grotesco y la jactancia oficial,
no menos que la farsa lamentable de aquellos que en tu nombre hacen un arte
ortopédico.
Cada tarde yo escucho bajo tu cielo el pasaje profético
del ave de leyenda, el coraquenque, de la pareja alada dejando caer sus
catastróficas plumas. Tú nos perteneces, oh pasado, en el dominio de los sueños
y de las famélicas nostalgiasformando el alma colectiva y el mito.10
Yo te saludo, fuerza desaparecida cuyasombra tomo por
la realidad. Y, como esjusto, dejo ir la presa por la sombra. Note saludo sino
a ti, gran sombra, extranjera
al país que me vio nacer. Tú no le pertenecesmás, tu
dominioesmásvasto, tú habitas el corazónde lospoetas, tú bañas las alas de los
párpados feroces de la imaginación.11
Re-traducción
de José Ignacio Padilla.
1.—«inhallable»; todas las citas
corresponden a las variantes encontradas en «Biografía peruana».
2.—«desde el más próximo borde del
mar hasta el extremo límite de los fríos eternos.».
3.—«Mar inundado de la historia
donde sobreviven vestigios inapreciables de todo un pasado deslumbrante».
4.—«adornada para el gran
espectáculo delante del auditórium de los siglos desordenados».
5.—«¿Quién podía cantar tan fuerte
en la naturaleza?»
6.—«Viajo de noche hacia el muro
de seda: La piedra de los doce ángulos centellea destacada sobre el cielo
estrellado: Constelación de la mano del hombre.».
7.—«¿Qué llamas más altas que las
torres pueden ocultar a los ojos del hombre las graderías de Machu Picchu?»
8.—«Es medianoche cuando salgo a
la ventana del palacio de Huayna Cápac armado de pies a cabeza por un sueño
terrestre desviando el río de sangre que me ciega. El signo infame brilla en el
centro del Kolcampata.».
9.—«Es para preguntarse con
angustia si tales tesoros anímicos van a perderse o están ya perdidos
definitivamente. Si nada subsistirá de ese pasado mirífico, si nosotros
deberemos continuar siempre volviendola cabeza de la zarza ardiente para
echarnos en pleno en la banalidad occidental. ¡Todo nuestro Oriente perdido!»
10.—«Inmensa perla que ruedas
mutilada y sangrante sobre un país sordo y ciego, tú continúas siendo el punto
de mira, el tesoro aéreo de los poetas exilados en sus tierras de tesoros. Tú
maculas de tu sangre el progreso grotesco y la jactancia oficial, así como la
farsa lamentable de aquellos que en tu nombre hacen un arte ortopédico. Tú
abres tu paradigma y tu paraíso. Cada tarde yo espero bajo tu cielo el pasaje
anunciador del coraquenque, de la pareja alada dejando caer las plumas
catastróficas. Tú nos perteneces al pasado, en el dominio del sueño y de las
superestructuras formando el alma colectiva y el mito.».
11.—«Yo te saludo fuerza
desaparecida de la que tomo la sombra por la realidad. Y acribillo la proa por
la sombra. Yo no saludo sino a ti, gran sombra extranjera al país que me vio
nacer. Tú no le perteneces más, tu dominio es más vasto, tú habitas el corazón
de los poetas, tú bañas las alas de los párpados feroces de la imaginación.». Colaboraciones
de Moro en El hijo pródigo, México.
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