El
derecho a discrepar, el derecho a la crítica, al debate y a la confrontación de
ideas, son temas que parten de nuestra vida institucional civilizada; en el que
de por medio están la defensa de
nuestra libertad, y que además es contraria al pensamiento único, que pretende
introducirse en una de nuestras instituciones más representativas. La
irrenunciabilidad de estos derechos, hacen que la vida institucional, que debe
estar inscrita dentro de la
convivencia democrática, con el fluido de planteamientos puestos a debate, con
la debida tolerancia a la crítica discrepante, con la sana intención de
procurar una síntesis saludable y racional.
No es
la altisonante voz, desde una tribuna o una mesa de debates, el que hace mejor
o peor el debate, menos aun cuando se dirige directa o indirectamente hacia un
interlocutor que anima una discusión. El negar el derecho a la discrepancia,
crea inmediatamente una membresía institucional sumisa y/o conformista, donde
se impone necesariamente el pensamiento único, en el que la voz silenciosa en
el movimiento de la mano que aprueba lo que propone la mesa, sin otra
consideración que la que impone el pensamiento único. El alejar el análisis y
la discrepancia en una contienda institucional, invalida el acuerdo o solución
de un tema o ponencia.
El uso
de intermediarios, para amedrentar a una oposición, significa incapacidad de
análisis democrático de un asunto, al parcializarse con errores de personajes
incondicionales, que a sabiendas cometen, significan una interesada traba que
impide el avance y desarrollo de un liderazgo intermedio. Es la subestimación
de la necesidad de una autocrítica,
actitud indispensable, que responda a la expectativa de nuestro avance como
grupo, en la búsqueda de nuestros objetivos comunes.
Las
actitudes paternalistas reflejo de un débil liderazgo, son las que permiten la tímida
presencia de voces, que buscan algún eco, que repita en forma irreconocible una
posición. Eso, no es un debate ni la defensa de un criterio franco y
escuchable; eso no es el reconocimiento de posiciones discrepantes, con
análisis franco y verdadero de una cuestión de agenda institucional; eso solo
es, la satisfacción de una cuestión caprichosa de una mesa que alimenta su ego
dirigencial o su liderazgo dominante y parcializado, totalmente nocivo a la práctica
democrática.
La
autocrítica que esta nota
permite, no es un arrepentimiento por lo hecho, para plasmar una mesa directiva
con características para responder al reto del momento para la comunidad
peruana. Esta autocrítica
responde a una frustración o una respuesta subestimada, es la respuesta a un desafío
oculto de una posición paternalista, que pretende dominar, con la mirada fija
al venidero 2016, versión peruana. La búsqueda del 100 % del dominio, en los
estamentos de gobierno institucional peruano, no oculta la postura dominante
partidaria, aun cuando se niega este hecho, cuando se habla de una institución
de composición pluralista.
Se
dice; se repite y se recalca, el carácter apolítico de una institución; pero se
colectiviza el apoyo grupal en el seno de la organización; a determinados
personajes, en quienes se cifran esperanzas, ¿de qué? Se pretende hipotecar las
aspiraciones de una comunidad que aspira no a la dadiva, sino mas bien a logros,
producto de su propia lucha y sacrificio. El caudillismo así como el populismo
tan arraigado en el quehacer político peruano, se practican en nuestras
organizaciones del exterior, desdeñando nuestra propia estima y practica
institucional. El creernos propietarios del pensamiento único, nos arrastra a
la caduca hegemonía que convierte nuestro pensamiento, en algo negociable o comparable con un material
de mínimo valor.
El
ganar una elección democrática, no nos hace propietarios del pensamiento de
nuestros electores; tampoco nos convierte en infalibles, cualidad que se protege,
porque viene de la incondicionalidad y torpeza que alimenta el ego caudillista
dominante. El haber elegido a un caudillo, no nos convierte en súbditos de
segunda o tercera clase; tampoco nos obliga a cargar sobre nuestros hombros, la
afrenta que conlleva la negación de nuestros valores y dignidad como grupo
humano, que representa una historia y una tradición milenaria.
No a la sumisión partidaria
No a la dirección paternalista
No al pensamiento único
Prensa Libre
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