martes, 25 de febrero de 2014

HAY DERECHOS IRRENUNCIABLES


El derecho a discrepar, el derecho a la crítica, al debate y a la confrontación de ideas, son temas que parten de nuestra vida institucional civilizada; en el que de por medio están la defensa de nuestra libertad, y que además es contraria al pensamiento único, que pretende introducirse en una de nuestras instituciones más representativas. La irrenunciabilidad de estos derechos, hacen que la vida institucional, que debe estar  inscrita dentro de la convivencia democrática, con el fluido de planteamientos puestos a debate, con la debida tolerancia a la crítica discrepante, con la sana intención de procurar una síntesis saludable y racional.
No es la altisonante voz, desde una tribuna o una mesa de debates, el que hace mejor o peor el debate, menos aun cuando se dirige directa o indirectamente hacia un interlocutor que anima una discusión. El negar el derecho a la discrepancia, crea inmediatamente una membresía institucional sumisa y/o conformista, donde se impone necesariamente el pensamiento único, en el que la voz silenciosa en el movimiento de la mano que aprueba lo que propone la mesa, sin otra consideración que la que impone el pensamiento único. El alejar el análisis y la discrepancia en una contienda institucional, invalida el acuerdo o solución de un tema o ponencia.
El uso de intermediarios, para amedrentar a una oposición, significa incapacidad de análisis democrático de un asunto, al parcializarse con errores de personajes incondicionales, que a sabiendas cometen, significan una interesada traba que impide el avance y desarrollo de un liderazgo intermedio. Es la subestimación de la necesidad de una autocrítica, actitud indispensable, que responda a la expectativa de nuestro avance como grupo, en la búsqueda de nuestros objetivos comunes.
Las actitudes paternalistas reflejo de un débil liderazgo, son las que permiten la tímida presencia de voces, que buscan algún eco, que repita en forma irreconocible una posición. Eso, no es un debate ni la defensa de un criterio franco y escuchable; eso no es el reconocimiento de posiciones discrepantes, con análisis franco y verdadero de una cuestión de agenda institucional; eso solo es, la satisfacción de una cuestión caprichosa de una mesa que alimenta su ego dirigencial o su liderazgo dominante y parcializado, totalmente nocivo a la práctica democrática.
La autocrítica que esta nota permite, no es un arrepentimiento por lo hecho, para plasmar una mesa directiva con características para responder al reto del momento para la comunidad peruana. Esta autocrítica responde a una frustración o una respuesta subestimada, es la respuesta a un desafío oculto de una posición paternalista, que pretende dominar, con la mirada fija al venidero 2016, versión peruana. La búsqueda del 100 % del dominio, en los estamentos de gobierno institucional peruano, no oculta la postura dominante partidaria, aun cuando se niega este hecho, cuando se habla de una institución de composición pluralista.
Se dice; se repite y se recalca, el carácter apolítico de una institución; pero se colectiviza el apoyo grupal en el seno de la organización; a determinados personajes, en quienes se cifran esperanzas, ¿de qué? Se pretende hipotecar las aspiraciones de una comunidad que aspira no a la dadiva, sino mas bien a logros, producto de su propia lucha y sacrificio. El caudillismo así como el populismo tan arraigado en el quehacer político peruano, se practican en nuestras organizaciones del exterior, desdeñando nuestra propia estima y practica institucional. El creernos propietarios del pensamiento único, nos arrastra a la caduca hegemonía que convierte nuestro pensamiento, en algo  negociable o comparable con un material de mínimo valor.
El ganar una elección democrática, no nos hace propietarios del pensamiento de nuestros electores; tampoco nos convierte en infalibles, cualidad que se protege, porque viene de la incondicionalidad y torpeza que alimenta el ego caudillista dominante. El haber elegido a un caudillo, no nos convierte en súbditos de segunda o tercera clase; tampoco nos obliga a cargar sobre nuestros hombros, la afrenta que conlleva la negación de nuestros valores y dignidad como grupo humano, que representa una historia y una tradición milenaria.

No a la sumisión partidaria
No a la dirección paternalista
No al pensamiento único


Prensa Libre

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