domingo, 6 de abril de 2014

¿Hay un fujimorismo bueno y otro malo?



A decir verdad, el fujimorismo no es invención de Fujimori, es el resultado de la evolución del Estado burgués globalizado que hoy domina al mundo.
El fujimorismo pudo haber sido “palotismo” si Perico de los Palotes, la representación del bobo del pueblo que nunca cesaba de tocar el tambor con sus palotes, de donde deriva su tradicional nombre, hubiera llegado al poder en el Perú de los 90s.

Para hacer comprensible la historia debemos ir al contexto en el que se produjo el sismo que condujo al autogolpe del 5 de abril de 1992.
Acababa de desaparecer la Unión Soviética y el capitalismo liderado por el gobierno de EEUU, bajo la administración del ex Jefe de la CIA, George H. W. Bush (padre), se vio con las manos libres para asumir que el fin de la historia se había producido y que el sistema que gobernaría el mundo por los siglos de los siglos sería el capitalismo. Llegaba la era de la globalización y el capitalismo encontró un nuevo apellido: neoliberalismo.

Eso quería decir que
al fin se habría de cumplir la profecía de Vincent de Gournay, el autor de la expresión francesa laissez faire, laissez passer que significa «dejar hacer, dejar pasar», refiriéndose a una completa libertad en la economía: libre mercado, libre manufactura, bajos o nulos impuestos, libre mercado laboral y mínima intervención de los gobiernos. Era el funeral del Estado de bienestar implantado a fines de la II Guerra Mundial, o “neocapitalismo”, en el que medianamente, y solo por la confrontación con la URSS, dio base a reformas estatales que procuraban una distribución menos desfavorable a las clases explotadas… especialmente en los llamados países ricos.
Si bien el neocapitalismo permitió una etapa de casi pleno empleo a mediados de los años 50, una etapa que se recrea muchas veces dando origen al neoromanticismo norteamericano, esta etapa de casi equilibrio social que vivieron los “países ricos”, era una espina clavada en el egoísmo capitalista cuya tendencia mortal es hacia la concentración.

Para muchos capitalistas había llegado la hora de salir del closet
de la “filantropía” y empezar a mostrar las garras. Especialmente en el patio trasero, Latinoamérica. Empujados por la ilusión hoy mucho más marcada que nunca, la ilusión del dinero que crece por sí solo, los dioses de las finanzas para implantar la dolarización total de la economía procedieron a destruir las monedas nacionales. Esto se da en el marco de una crisis estructural de estancamiento con inflación que los economistas llamarán “estanflación”.
En los 80s casi todas las monedas latinoamericanas colapsaron. El Ecuador desapareció su moneda poniendo en circulación el dólar a fin de liberarse de los serios problemas económicos. En Perú y Argentina, la inflación monetaria llegó a niveles de vértigo. En esos años, un conocido periodista económico, Enrique Silberstein, que no carecía del sentido del humor que hoy les falta a muchos de sus colegas de los medios, decía en los años 70: “Nos pasamos la vida hablando contra la inflación, todo gobierno (y todo ministro de Economía) lo primero que promete es combatir la inflación (...) Y, si uno se fija bien, el ataque a la inflación va dirigido al incremento de los costos, o sea al aumento de sueldos y salarios. Jamás se ha combatido la inflación diciendo que se debe al crecimiento de las ganancias (...) nadie se ha preguntado si las ganancias tenían sentido y si eran económicas”. (Mario Rapoport, “Una revisión histórica de la inflación argentina y de sus causas”)
No hay que tener mucha imaginación para descubrir que tras el drama de la inflación, se velaba una vez más la lucha de clases en su expresión económica. La burguesía mejoraba sus ingresos arrebatando a los trabajadores la parte de la riqueza social que habían podido lograr en casi un siglo de ardorosas movilizaciones.

Los 90, cuando los trabajadores ya estaban “ablandados”
 y su imaginación derrotada por el colapso de la URSS, los capitalistas se vuelcan en pleno a desarrollar el “pensamiento único” neoliberal. Se digita entonces el fin de la inflación y aparecen Menem y Fujimori, parecidos como dos gotas de agua, ambos políticos mañosos y corruptos, para acabar con el flagelo de la inflación.
Fujimori, al iniciar su gobierno, invoca la ayuda de Dios y el “sálvese quien pueda” imponiendo el fujishock como respuesta a una inflación del 63% mensual, se devalúa la moneda en un 200%. El precio de la gasolina sube en un 3000% (¡tres mil por ciento!) y se eliminan todos los subsidios para bienes y servicios públicos.
A nivel social, se acaba la estabilidad laboral, la jornada de 8 horas, los contratos colectivos, se congela un salario mínimo en niveles de pobreza y se introduce en la conciencia de los peruanos que el bienestar de los pueblos depende de su grado de acptación de la pobreza porque el país mejorará si los inversionistas se enriquecen desmedidamente.

Para perpetuar el nuevo sistema económico,
hacía falta una nueva Constitución solo posible por un nuevo Congreso que sea genuflexo al nuevo poder.
Es el verdadero significado del golpe del 5 de Abril que implantó en el Perú un sistema cruel que los sucesivos gobiernos, por algo será, se han negado a modificar un ápice. El líder de la nueva transformación, Ollanta Humala, en realidad solo se transformó él mismo y hoy no es más que una geisha de esas que solían acomodarse en la cama de Fujimori. Es allí donde duerme hoy, ¿No?

Mientras tanto, los fujimoristas, que se sienten ganadores de las próximas elecciones, hoy están que se sacan los ojos entre los de línea dura, seguidores del 5 de Abril, o “albertistas”, y quienes pretenden maquillarse de democráticos o “keikistas”. Allí no hay un fujimorismo bueno y otro malo. Cuando un pedazo de excremento se rompe, no hay un lado bueno y otro malo. Simplemente hay dos pedazos de m… (Kb).

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