Juan Carlos
Hidalgo
Por muchos años los
economistas han estudiado si existe una “trampa de los países de ingreso medio”
que explicaría por qué algunas naciones parecen quedarse a medio camino entre
la pobreza y la prosperidad. El análisis es pertinente cuando en América Latina
tenemos un país que, estando a las vísperas del desarrollo, parece empezar a
renegar de su propio éxito.
Según
la teoría, los países de ingreso medio pueden verse atrapados en el
subdesarrollo al no poder competir con las naciones más pobres en abundancia de
mano de obra barata ni con los países ricos en desarrollo tecnológico. La
ausencia de estas ventajas competitivas explicaría por qué las naciones parecen
experimentar una caída en sus tasas de crecimiento económico cuando el ingreso
per cápita nacional se encuentra entre los $11.000 y $16.000, aproximadamente
(medido en paridad de poder adquisitivo, PPA).
Sin
embargo, como señalara la revista The Economist en un artículo
ilustrativo hace un año, la evidencia empírica no parece sustentar dicha tesis.
Si bien un país puede sufrir una desaceleración en su ritmo de crecimiento
conforme converge con naciones desarrolladas, en ningún sentido esto implica un
estancamiento económico. Eso parece ilustrarlo el caso del país más avanzado de
América Latina.
Con
$19.067 (PPA) en el 2013, Chile tiene el ingreso per cápita más alto de América
Latina. Su éxito económico ha sido acompañado de grandes avances sociales e
institucionales: la CEPAL señala que cuenta con el desempeño más impresionante
en reducción del nivel de pobreza en los últimos 20 años en la región (de un
45% en 1990 al 11% en 2011). Chile encabeza a América Latina en desarrollo
humano, según las Naciones Unidas. Y el World Justice Project lo
coloca como el país con las instituciones democráticas más fuertes de la
región, un hecho destacable, puesto que fue la última nación de Sudamérica en
abandonar la dictadura militar.
Chile
alcanzó el estatus de país de ingreso medio en el 2003. En los 10 años
anteriores a dicho hito promedió una tasa de crecimiento anual del 4,6%
mientras que en la década subsiguiente el promedio fue de 4,7% al año. No hubo
tal desaceleración. Más bien, según proyecciones del Fondo Monetario
Internacional, para el 2018 el país andino superaría el umbral de $23.800 que
califica a una nación como “desarrollada”.
El
continuo éxito económico chileno radica en su decidida apuesta por un modelo de
libre mercado. En 1975 dicha nación contaba con la economía más cerrada de
América Latina, de acuerdo a los países medidos por el índice de Libertad
Económica en el Mundo que publica anualmente el Fraser Institute. Tras
años de profundas reformas estructurales durante el régimen de Augusto
Pinochet, que posteriormente fueron consolidadas e incluso ampliadas por los
gobiernos democráticos de centroizquierda, Chile cuenta hoy con la economía más
abierta y moderna de la región.
No
obstante, Chile bien podría estar sufriendo de otro tipo de trampa del
desarrollo. La llegada al poder de un nuevo gobierno de izquierda se da tras
varios años de descontento social y protestas primordialmente estudiantiles
que, en el fondo, exigen acabar con el modelo económico que originó tanto
progreso. El historiador chileno Mauricio Rojas describe la ironía como “el
malestar del éxito”: una clase media frustrada no por sus carencias materiales sino
por aspiraciones desproporcionadas de desarrollo. Esta inconformidad, que ha
provocado una radicalización de la otrora pragmática izquierda chilena, se ha
traducido en mayores demandas redistributivas.
Las
primeras medidas anunciadas por la presidenta Michelle Bachelet apuntan a que
su gobierno efectivamente buscará un mayor intervencionismo del Estado en la
economía, empezando con una reforma impositiva que aspira elevar la carga
tributaria en tres puntos porcentuales del PIB. A esto se añaden promesas de
educación superior gratuita y subsidios a medicamentos.
La
trampa en la que pudiera estar cayendo Chile es la de querer replicar un Estado
de Bienestar a la europea en un país que aún no es rico. No fue mediante altos
impuestos y un elevado gasto público que Europa logró el desarrollo. Más bien,
como demuestra el esclerótico desempeño económico del Viejo Continente en los
últimos 15 años, incluso economías industrializadas como las europeas pueden
caer bajo el peso de onerosos aparatos estatales.
De
tal forma, al menos en el caso particular de Chile, la verdadera trampa de
desarrollo no radicaría en la ausencia de ventajas competitivas vis-à-vis otras
naciones, sino más bien en las expectativas desmesuradas de una clase media que
se sintió rica antes de tiempo. Es muy temprano aún para determinar si Chile
verá descarrilado su camino hacia la prosperidad, pero ciertamente su
experiencia en los próximos años servirá de lección para el resto de América
Latina.
Juan Carlos
Hidalgo es analista de
políticas públicas sobre América Latina en el Centro para la Libertad y
Prosperidad Global del Cato Institute en Washington, DC.
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