Escribe: Manuel Cunza
García
Hoy, una mañana blanca, hay una nube
blanca que cubre inclemente el espacio de los hombres. La blancura que cuelga
de lo infinito oscurece la atmosfera, tendiendo paulatinamente una sabana
blanca para el paso del peatón que, en lugar del gozo, sufre cada paso que el
camino le permite. Estoy, en el cuarto piso de un edificio estatal, para quienes
nos alineamos para el más allá. Un par de amplias ventanas me regalan la visión
de afuera, poniendo ante mis ojos una danza misteriosa de grandes copos de
nieve, que engrosan la sabana húmeda del invierno inclemente.
La hora avanza, 8:00 pm. Hasta las cuatro
de la madrugada de un trece de febrero; no hay transeúntes en la única avenida
que desde mi ventana se avista; no hay un alma que se atreva a desafiar la
temperatura gélida, ahí donde transitar es triunfo del hombre sobre la
naturaleza; ahí abajo del cuarto piso donde esta mi ventana; observo incrédulo,
la total cobertura blanca de vehículos que solo muestran la silueta de un auto,
cuyo dueño debe ser algún morador de este inmueble, desde donde casi nadie se
muda, mas bien se despide para partir, Dios sabe a donde.
La inmaculada BLANCURA NATURAL del suelo,
me lleva al recuerdo nostálgico de mi suelo andino de blancas cordilleras
pretendiendo rasgar al cielo ancashino. Vivo por instantes, entre los andes
peruanos en el blanco suelo invernal americano. Allá, los cóndores vuelan sobre
la blancura perpetua, acá el obligatorio trajín sobre la nieve de quienes
buscan el pan del día y para mañana. De pronto, una maquina motorizada, intenta
la titánica labor de acometer contra la nieve, en procura de una senda en la
vereda, que nos permita ir de aquí hacia allá o al contrario, igual, una pala
mecánica, para el paso de vehículos que aun cargan la nieve sobre sus espaldas.
Las seis de la mañana, aun sigue cayendo
finísimas partículas de nieve, aparece un valiente moreno con una pala sobre
sus hombros, ofreciendo su esfuerzo para despejar la espesa nieve de la vereda
de un casero o inquilino. Algunos dólares caen al bolsillo de quien sufre con
valentía la inclemencia del invierno impredecible y cruel. En el parking del edificio, las canas blancas
de hombres y mujeres, se enfrascan en una lucha desigual, para rescatar un
automóvil que quedó oculto bajo la nieve. Durante las ocho horas de la noche, soportaron el suave golpe de la
naturaleza que quiso vestir de blanco, lo que es negro, rojo o azul y cualquier
color de nuestra caja de transportación.
Las horas del día no se detienen. La tarde
oscurece temprano y muere cuando llega la noche, las agencias de predicción meteorológica,
anuncian nuevas caídas de nieve, pronosticando incluso el volumen de acumulación
que al llegar el día del amor y la amistad, la alfombra en las CALLES ES BLANCA
QUE BRILLA CON MAS INTENSIDAD AL RECIBIR LOS RAYOS del astro rey, muestran lo
pequeño que somos frente al gigante e impredecible de la naturaleza. Las palas mecánicas
cesan sus motores; los hombres con palas manuales, muestran gotas agridulces en
la frente, dando por terminado su labor del dia invernal, dejando angostos pasadizos
en las veredas, que se asemejan a la rotura de una sabana blanca, tendida a lo
LARGO Y ANCHO DE LA CIUDAD.
Así, veo nuevamente el caminante transitar
por la fría calle, sorteando temerario el paso vehicular que va y viene en
constante correr, para ganar el tiempo que ayer perdió. Parece que la blanca
furia se aquieta; brilla aun más el sol. Creando la alegre sonrisa de los niños
que, con gorros, guantes, botas y abrigos ruedan en los parques su inocente y
frágil cuerpo. Así, queda la ciudad, tranquila con la quietud del blanco suelo,
cuya paz, tal vez sea duradera, hasta EL TRECE DE FEBRERO del año 2014.
Mientras tanto dejo caer la persiana de mi ventana, dejando allá abajo el frio
y la blancura de un invierno no común de los últimos 20 años.
El sol brilla desafiante, clavando sus
rayos solares, sobre la fría y blanca alfombra que no resiste, de donde fluye
una cinta liquida, corriendo en la búsqueda de un cause hacia una alcantarilla;
mientras que en el espacio cerca al piso, una gaviota vuela gozosa, llegando
entre sus alas, el viento frio que endúrese mas aun las aguas que drenan bajo
la blanca nieve. Por fin, la luz de un par de faros vehiculares, que alumbran
el camino de un valiente piloto, que parece atentar contra la blanca alfombra,
que es dueña total del suelo que la blancura ha invadido.
Casi oculto, bajo el manto de nieve, un
hombre moreno a quien sigue un indocumentado o un árabe con la testa cubierta,
se esfuerzan por romper el cerco de la blanca dureza, trazando el primer caminito,
como muestra que por ahí se arrastra una vereda. Aquí, allá en la otra acera,
en titánica lucha, un moreno igual que una dama, luchan por rescatar su modelo
2010 de un Toyota o un Malibu de Chevrolet, que ayer nomás se estacionaron, en
la puerta de sus recintos. NO importa si un niño espera ser llevado a la
escuela, o un amigo espera su movilidad (ray), para llegar a tiempo, al centro
de su actividad económica.
Acá como allá, es ya de mañana, ya se
cruzan palabras entre transeúntes. Unos dicen: que esta blancura no se daba en
mas de quince años pasados, una voz ronca alude a la autoridad que no previó este golpe de la
naturaleza, aun cuando se dijo (pronosticó) que llegaría este paño
blanco, cuando el mundo duerme, con el cansancio del día salarial… Él sigue su
marcha y nuevamente por la tarde, la invernal tormenta golpea inclemente, a
quien osa desafiarla, con una gorra, el abrigo , con las botas o la dura pala,
que hunde el hombre en el suave y gélido vientre de la tormenta que se repetirá
mañana.
Claro, hoy es el mañana de ayer, hoy
veremos impotentes, yo desde mi ventana del cuarto piso del edificio para
envejecientes y otros allá abajo, la oscura blancura de la nieve, que cuelga
del infinito. Tal vez no habrá más mañanas blancas, tal vez será el final de
una fría lucha, que se quedará en el recuerdo hasta mañana que será largo, como los días y noches que
quedaron en la sepultura fría de un crudísimo invierno. Mañana, saldrá el sol,
brillará triunfal allá arriba, mandará sus rayos sobre los rebeldes restos de ese invierno,
que solo quedará en la retina del hombre que usó la pala, en el chofer que esparció la sal, en los
niños que mañana serán grandes, los que ya no jugarán con la suave nieve
hecha bala en sus inocentes manos.
Esta nota
no es una
Inspiración,
es solo una
Narración
a través de mí
Ventana.
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