Abriendo la
memoria acerca de la violencia en Venezuela
La campaña mediática
desatada contra Nicolás Maduro, presidente de Venezuela, debido al asesinato de la exMiss
Venezuela, Mónica Spear y su esposo, ha alcanzado los límites de la provocación. Una
vez más, los medios de prensa de la derecha rellenan sus páginas de morbosidad
necrofílica, para refocilarse con la violencia social de la que ellos son
responsables.
Las redes sociales no han
quedado atrás. Abundan las declaraciones que afirman que ese tipo de violencia
jamás existió en Venezuela y que todo es producto del odio de clases que ha
generado Hugo Chávez, a quien ni muerto dejan en paz, achacándole ahora todos
los males habidos y por haber en el país llanero.
Pocos recuerdan u olvidan
malintencionadamente que Venezuela ha vivido épocas de terrible violencia de
parte de las viejas oligarquías que, para despojar al pueblo de sus riquezas naturales y
entregarlas al único postor imperialista. Como cuando durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, se
asesinada rutinariamente, se instauraron campos de trabajo forzado y de
concentración como en Guasina y Sacupana, se asesinaban a dirigentes
sindicales, se deportaba, se torturaba, se llenaban las cárceles de
opositores al régimen. Es decir una dictadura bananera como la de Somoza, Trujillo,
Duvalier, Batista o recientemente como la de Fujimori en Perú.
Claro, las
dictaduras no hablan de “lucha de clases”.
Se llenan la boca
diciendo que defienden la “democracia”.
Pero, aun en democracia, la
violencia social nunca dejó de estar presente en Venezuela. Tras la caída del dictador Pérez
Jiménez, los partidos de la “democracia” capitalista, COPEI y AD firman el
pacto de “Punto Fijo”, para alternarse el poder entre ellos y beneficiar a la
vieja oligarquía que había experimentado su etapa placentera con la dictadura y no estaban
dispuestas a soltar el poder. Cambios de imagen si, de sistema ¡no!
Rómulo Betancourt, llamado “padre
de la democracia”, mientras complacía a la oligarquía, mediante su ministro del
Interior, el inefable, Carlos Andrés Pérez, inaugura la era del “disparen
primero y averigüen después”. Con lo que intentó paralizar a sus opositores y
poner el país de rodilla ante el gobierno de Estados Unidos y sus corporaciones.
Esa violencia o para decirlo en términos actuales, “terrorismo de Estado”,
generó una situación de guerra civil exasperando a los grupos progresistas, quienes no
encontraon otra forma de hacer política que a través de la lucha armada, que incluyó al temeroso
PC venezolano, que bajo las órdenes de Moscú propugnaba la “coexistencia pacífica”.
Las masacres de Betancourt hacen
una larga lista hasta el arribo al gobierno por segunda vez de Carlos Andrés Pérez. En
ese sendero de sangre se cuentan las matanzas en el Liceo José Miguel
Sanz, Caño Cruz, el Paraíso, La Victoria, Cantaura, Yumare, el Amparo, hasta finalmente llegar
al “Caracazo” donde fueron asesinados 3,500 venezolanos.
Como cualquier
dictadura bananera
Los métodos empleados en Venezuela
para desaparecer opositores no fueron distintos a los de Pinochet o Videla, entre
los cuales: montar opositores en helicópteros y tirarlos al mar, de los
que se recuerda la desaparición de Víctor Soto Rojas y Alberto Lovera, a quienes se les arrancaron los ojos
y las uñas de las manos y de los pies o como hicieron con Argelio Reyna a
quien le rociaron gasolina y lo quemaron vivo, y todo esto bajo el gobierno del
“padre de la democracia”, Rómulo Betancourt.
La violencia actual en Venezuela
no tiene como origen el mandato de Chávez, si bien es cierto que como
parte de su discurso, Chávez se refirió a la lucha de clases, esta no es un invento que se lleva a cabo por
una ideología nefasta. Por el contrario, es la verificación de una
realidad que está basada en el hecho de que el producto bruto de nuestros países se
divide en dos, una tajada enorme de la que se apodera el 1% de la población (la
oligarquía) y una tajada menor que queda para el 99% restante.
Las utilidades de la producción social
hacen una cifra constante y son los dueños de los medios de producción, la
burguesía oligárquica, los que cortan el jamón y lo reparten quedándose con
la mejor parte. Esta injusticia económica y social es la que genera la disputa
alguna vez soterrada y otras veces abiertamente violenta.
Pero hay otra violencia, la que
se produce en los sectores marginales que persiguen por la vía de la
violencia participar en el reparto del jamón y es aquí donde
intervienen los fabricantes de armas que hacen suculentos negocios con el tráfico
ilegal que pone en manos de criminales avezados, algunos de ellos exmiembros de
las policías locales y con experiencia militar para incursionar en el crimen
organizado.
¿Lucha de clases?
Si, no hay que dudarlo, pero por cada persona
influyente que produce titulares en los medios de la derecha, los miles de
asesinados riegan con sangre de pueblo a nuestros países.
Los miles de millones que se
generan en el tráfico ilícito de armas tienen un beneficiario. Adivinen ustedes donde se
encuentra. (Kb)
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