domingo, 9 de febrero de 2014

MAMACHA CANDELARIA

Jimmy Calla Colana portando la Wifala incaica, durante las últimas fiestas de Mamacha Candelaria
Jimmy Calla Colana (*)
La Virgen de la Candelaria o "Mamacha Candelaria" es la patrona de la ciudad de Puno, ciudad ubicada a 3,870 metros sobre el nivel del mar.
Esta Virgen está asociada al lago Titicaca, las minas y el trueno; pero también está asociada a la Pachamama (culto a la tierra), además de simbolizar, la pureza y la fertilidad. En ella convergen también las esperanzas de los marginados del altiplano. Pero lo que nadie dice es que el manto que envuelve a la Virgen de la Candelaria son las faldas de sus cerros, son los Apus que la cultura andina adora hasta hoy.
Este año, dicha festividad, podría ser incluida en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco).
Dentro de ese marco festivo, se anunciará que en noviembre de este año se sabrá si la festividad en honor a la “Mamita Candelaria” será declarada Patrimonio Cultural Inmaterial por la Unesco, gracias al trabajo conjunto de más de tres años entre el Ministerio de Cultura e instituciones públicas y privadas de Puno.
La festividad de la Virgen de la Candelaria de Puno es una celebración que dura 18 días y se presentan más de 200 danzas, (hay 2 grandes presentaciones: con trajes autóctonos fue el 2 de febrero y este domingo 9  danzas mestizas o traje de luces). El coloso de piedra, estadio Enrique Torres Belón, se viste de gala porque en estos días se juntan familias enteras, hombres y mujeres, ancianos, jóvenes y niños que no cesan de bailar para la Virgen, agradeciéndole así los beneficios y milagros que les permiten seguir viviendo. Son las calles de Puno,  que con lluvia o sin ella, con riachuelos en las calles, atestiguan miles de danzarines y músicos.
En esta fiesta sin igual, la ciudad entera se une en regocijo, con los mayordomos y alferados quienes, a diferencia de los capitalistas, distribuyen su riqueza ganada en todo el año entre todos sus invitados, solo así ganan estirpe, y abolengo, repartiendo todo lo ganado en el año. Es la participación de la familia que se envuelve en la magia andina para el disfrute de toda la población, ante un mudo testigo principal como son las frías y tranquilas aguas del majestuoso Lago Titicaca.
Se inicia la Fiesta de la "Mamacha Candelaria" el 24 de enero y culmina el 18 de febrero como preludio del Carnaval. En ese lapso se congregan en el lugar, y entregadas en absoluta devoción a la Virgen, unas 80 bandas musicales, algunas compuestas hasta por 400 personas, entre músicos y otros. También, entre 200, que es el mínimo, hasta los 400 bailarines. Aproximadamente, participan de manera directa unos 40 mil danzarines acompañados por alrededor de 10 mil músicos, sumando su participación indirecta, unas 25 mil personas más entre directivos, alferados, bordadores, artesanos en la confección de caretas, botas, zapatos, cascabeles y otros elementos.
En los primeros días, las bandas llegadas de Bolivia, danzarines de Argentina y Chile (no hay argentinos, no hay chilenos, no hay bolivianos, todos son del ALTIPLANO), indican con hermosas coreografías a jóvenes adultos y niños, lo que será su paso por las calles en corzos pletóricos de alegorías, para estar a punto cuando se dé su participación en el Concurso de Danzas Folklóricas. A toda hora se escuchan por algunas arterias de la ciudad los más variados ritmos de la región, interpretados por el pueblo que, acompañados de cervezas, chicha y comidas típicas, empiezan a circular como prólogo al jolgorio que en breve se desatará.
A las tres de la mañana del primero de febrero, el Alferado —organizador y responsable monetario de la festividad— sube a la cima del cerro Azoguini en los alrededores de la ciudad, denominado así desde que se encontró azogue (mercurio) en sus cavernas, acompañado de músicos, delegaciones de los participantes y de sus invitados, dando comienzo así al rito a la Virgen, ofreciendo licores, rezos e incluso detonando bombardas por todo lo alto, haciendo vibrar al expectante pueblo puneño.
Al despuntar el alba, los aymaras, altos y orgullosos en forma de "La Pandilla", como se denomina a quienes realizan la ceremonia en el cerro, desciende bailando dirigiéndose hasta la iglesia San Juan Bautista, donde se ubica el santuario de la Virgen, preparándose para las misas que se realizarán al aparecer los primeros rayos del sol. Por la tarde, en la Entrada de Cirios, el Alferado y la Alferada, su esposa, salen de su hogar portando la imagen del niño Jesús, seguidos por las autoridades y allegados en devota marcha hacia la iglesia de San Juan, llevando velas y cirios encendidos.
La noche previa al día central, tienen lugar las misas de vísperas para luego escuchar el tronar de los fuegos artificiales que iluminan con su resplandor el cielo del altiplano puneño, teniendo como fondo musical los melodiosos acordes entonados por bandas de músicos. La ocasión es propicia para que el Alferado agasaje a la concurrencia con ponche, anisado y cerveza en la entrada de la iglesia, hasta llegada la noche.
Esta festividad presenta los siguientes momentos: los ensayos, las novenas, albas de fiesta, entrada de cirios, entrada de k'apos, vísperas, 2 de febrero, octava, veneración, cacharpari o fin de fiesta.
Al respecto, el maestro José Antonio Encinas rememoraba: "Todo lo auténtico estaba olvidado. Era de mal gusto interpretar la música aborigen. Las municipalidades prohibieron o pusieron todo género de obstáculos para que el indio no continuara manteniendo sus danzas tradicionales, fuentes inapreciables de historia. La policía castigaba y multaba a las indias que ingresaban a la ciudad usando monteras" (Encinas, 1932). Otro maestro, Julián Palacios Ríos, advertía: "Antes, las autoridades prohibían a los indios bailar y tocar colectivamente en las ciudades y solo les permitían previo pago de multas" (Diario Los Andes de Puno, 1/3/34).


(*) El autor de esta nota, ingresó al estadio Enrique Torres Belón portando en alto la primera wifala (bandera incaica) de la Asociación Educativa Rurarccaya en el 2011. En la gran parada, a mi paso, regalaba mi libro Los niños del Callao escriben poesía, y al llegar al jurado calificador, grité: Viva la cultura aymara, viva Túpac Amaru, Arguedas, Encinas y Humareda.

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